domingo, 3 de febrero de 2013

Joaquín Giannuzzi: Secretismo

      “Los objetos son otras de mis obsesiones. Los objetos como sustancias secretas. Son otros de los tantos enigmas. Los objetos me obsesionan por las cualidades que poseen. Hablo de su permanencia, de su inmovilidad. Y hay algo más importante que se desprende de lo dicho y es lo que más me fascina. Los objetos como incapacidad de cambio…Quizá, en el fondo de esta obsesión, haya un afán de obtener una poesía absolutamente objetiva.”[1]
      Las antiguas prácticas de la alquimia permiten transmutar toda materia innoble en oro, metal sagrado, buscan ensayar sobre los elementos para que asciendan de un orden  insustancial a un orden precioso a través de un procedimiento ilusorio o mágico. Volver visible los tesoros ocultos que residen en el mundo y el hombre, el proceso de “la obra alquímica es la transformación simultáneamente en la materia prima y en el ser íntimo del hombre”.[2]
“Los objetos como sustancias secretas” en Giannuzzi, no son ellos mismos los poseedores en su interior de un secreto sino que ellos constituyen el secreto de todo lo que hay. En todo caso secreto porque hay que mirar para descubrirlos. Estos objetos no son los elementos mutables de la alquimia sino más bien que están atrapados en su forma: contorneados, delimitados, nombrados, usados, mirados, “atormentados, aplastados contra el planeta”.
Constituyen el corazón del mundo y guardan su secreto. El corazón es corazón porque la latencia de lo que el poeta es está en las cosas, “la razón secreta” de un universo indescifrable no será revelada: mientras tanto el poeta, por momentos, pregunta ¿Cómo es que los objetos permanecen? ¿Como es que siendo corazón subsisten imperturbables? El de él, su corazón se desgarra y enferma, ama  y padece en relación a este ritmo inmutable. Los objetos son el fondo para esta figura que inevitablemente se borronea.
Obsesionado frente a las cualidades que poseen, los colores, las formas, las texturas, los olores, él, el poeta no cede frente a la duda, teólogo de un mundo propio no descifra el secreto pero sabe que las sombras lo protegen. Entonces nombra “Uvas” – “cintas de seda” – “azul, mañana, agua” – “bombas” – “vientre” – “madera” – “cristales y oro” – “jardines” – “espejo” – “gelatina” – “mesa” – “vestido” – “guitarras” – “pelo” – “carne.”
Observa y describe pero no como dos momentos separados de un hombre frente a un mundo innombrable, sino que el mirar giannuzziano es el ojo dentro de las cosas. El mirar es entonces incrustar en la materia los ojos como cerraduras desesperadas que vociferan. Merleau – Ponty en El ojo y el Espíritu – dice – “Visible y móvil, mi cuerpo está en el número de las cosas, es una de ellas, pertenece al tejido del mundo y su cohesión es la de una cosa. Pero puesto que ve y se mueve, tiene las cosas en círculo alrededor de sí, ellas son un anexo o una prolongación de él mismo, están incrustadas en su carne, forman parte de su definición plena y el mundo está hecho con la misma tela del cuerpo”.     
Los hombres se transfiguran en el cuerpo de la muerte, no tanto porque morirán, sino porque inminentemente mueren, viven muriéndose. La prolongación del cuerpo fenomenológico es en Giannuzzi un proceso de transformación que lleva al hombre a no reconocerse a no poderse atrapar a no consumarse objeto del mundo, sino testigo desamparado de las sombras.
Todo lo que hay está: el cuerpo es el contenido del tiempo, las cosas son el contenido del espacio. Este abismo entre cosas y cuerpo, se torna la obsesión de lo otro que en un secreto para los mortales permanece en el tiempo. A veces un contraste nebuloso entre los cuerpos y las cosas, otras un deslizar la sangre de las cosas al cuerpo y también las sombras; ese intervalo de suspensión entre algo que es y que no es, el tiempo sin nombres.
Para Giannuzzi mirar es un suceso mágico de correspondencia entre las cosas y el ojo, el poema es esa tentativa desesperada y frágil por retener  lo que surge de esa unión primordial. Formas provisorias de las cosas que en el mirar mudable se entornan como ráfagas, el poema como bautismo fogoso, hiriente, que abre el cuerpo  para que aparezca desde la piel ese sentido oculto de las cosas. 
Para la tradición sufí “el mundo fenoménico es aquí el mundo teofánico; por eso no es en modo alguno una ilusión; existe verdaderamente, puesta que es precisamente la teofanía, el otro de sí de lo absoluto. Desde este punto de vista no existe  diferencia real entre la esencia y los atributos: el ser es idéntico al pensamiento”.[3] 
El mundo, para Giannuzzi, como un claro de luz al fin se ha colmado último circulo teofánico donde las cosas son. La realidad sin más, sin revelación, sin descubrimiento, sin construcción, liberado frente a una interioridad intraducible, la poesía y las cosas son lo mismo.Poesía es lo que se está viendo”. Su conocimiento como un balbuceo de la razón tiene ese límite donde real es lo que ve, su conocimiento termina  en las imágenes reales, frente a la ventana se pregunta por “el otro orden”, y dicela divinidad está aquí por delegación sombría”. Como antípoda al desasosiego individual lo divino no es más que un intersticio susurrante, si esto es lo que hay, las sombras quizás contengan, en su formación de nada gris, un reducto donde el tiempo y el espacio se disuelven entre sí. Quizás las sombras sean la balanza para medir ese “equilibrio químico” del que habla en su poema Astrología, un puente secreto en este universo azaroso y absurdo que admite a una “estrella” y a una “piedra en la vesícula” en el mismo reino y esto es un misterio.
En Corazón de Cristal, un film de Herzog, la trama gira en torno a la recuperación  del secreto de la formula para fabricar cristal rubí, el cristal más precioso de la tierra, descubren que el ingrediente clave de la extraña receta es la sangre de una virgen.
En Giannuzzi los secretos de las cosas sangran mostrando los indicios del “misterio desconocido de los dioses”, sangran porque ligadas al cuerpo no son ya cosas sino los restos de algún sueño.
En algunos poemas como  Mis hijas del otro lado de la pared o Mi hija se viste y sale, ellas, las vírgenes,  jóvenes y  despreocupadas derraman todas las posibilidades de lo que él maduro y pensativo no ha sido. La juventud, la “fría unidad de la noche, la distancia azul o la sombra” son el exceso de lo que él no es y la eminencia de que su vida podría ser otra.
Siendo, sin embargo, lo que él como un artesano amoroso tejió en el centro de las cosas, pero mientras tejió, se enredo y desovillo el ser en su cuerpo. Una poesía objetiva es también la obsesión por la coincidencia de ese ser con la posibilidad primera que propulsó lo que hay. Una poesía que sea sin poder ser otra, “que retroceda el mundo hasta el silencio”.  Como una metafísica de lo imaginario, como una metafísica de lo posible, la fenomenología  giannuzziana perdura en la substancia de la materia,  sujeto – poesía – objeto son en ella una misma cosa.
Unidas por un secreto latente y desbaratadas paradójicamente por la vida misma, porque en ella, en lo cotidiano, lo absoluto esta librado al tiempo, al desorden del que no prevé en el futuro la forma exacta de su cuerpo y por lo tanto tampoco la del mundo. Ser joven y hacer “tintinear las pulseras” es un acto despreocupado, sin especulaciones, sin cuidados, pero que sin embargo aguarda todas las  posibilidades, quizás las mismas que para él se han cerrado.
Ser un intelectual, es en este sentido, cierto sacrificio de vivir el presente, es interpretar, es anotar y dibujar desgastando la vida, el desafío de una poesía objetiva es mantener la vida y para eso hay que “estar más cerca de la materia que de las ideas”.
En el último fragmento de Evasiones - dice:
“Y me dormí y soñé
Con aposentos vivos de cristal y oro
Donde todo era victoria interminable,
Mientras el mundo abierto
Abandonaba su oficio y no me justificaba
Y una lluvia oscura que cae todavía
Borró la calle y las
Reales dimensiones de la gente.”
Aparece mientras duerme “la substancia recuperable de los sueños”. Él íntimamente deshecho transfigurado en lo indescriptible, entre el oro y el cristal, se presenta en el sueño como un no nacido. Como en los principios de la alquimia están mezclados el ser con la materia prima del mundo, lo mezclado, lo indiferenciado, lo que aún no tiene forma, lo que no aún no ha sido nombrado, lo que permanece en las sombras anterior al último circulo teofánico, es lo abierto del mundo. Aunque ese momento de descubrimiento no redime la muerte en su cuerpo y después como un espía de lo prohibido el poeta regresa al poema, es decir a las cosas. 
Estos momentos del sueño, como el amor construyen el horizonte de lo incuestionable, donde su cabeza reposa, donde su ojos cansados pueden cerrarse tranquilos, librarse “de la presión del mundo visible que derrama un significado”.
Entre la intimidad resguardada y el afuera exhausto se extiende un paisaje infinito y entre los objetos nombrados la “cinta azul” y los “desperdicios mojados”  se encuentra el límite del mundo.
El poema Representación Natural es ese intento por describir una cosmogonía mínima;
“Una gota de lluvia sobre una hoja de álamo;
Ojo lúcido en una carne accidental y aérea:
Dos sucesos individuales
Que adhirió la poesía de lo fortuito
Para integrarse a un cuerpo de temblorosa inteligencia
Bajo un fresco apresuramiento de aire.”
Ese mundo casi transparente se presenta como una visión poética que reúne lo visto con lo dicho, nombrar no se parece en nada a la elucubración de proposiciones verdaderas, nombrar poéticamente es alumbrar con las palabras ese punto del paisaje infinito donde las miradas se detienen: la mirada de él señala y contornea el aquí, la mirada de ella lo sostiene. En el amor coincide el punto exacto donde se desarrolla su vida, “ella miró profundamente para fijar la imagen, despojarla de sombras y próximas mudanzas”. El espejo, esa sustancia refleja e inaudita que muestra el mundo dos veces, acecha sin ella, la humedad de la calle se convierte en una resbaladiza plataforma de la nada, pero otros ojos, otro mirar, otro cuerpo que se desliza por las rendijas de las cosas entre el reflejo de los espejos y los charcos grasientos del asfalto, están, mientras esperan que su voz lo nombre.

Mariana Robles - 2009



[1]  Declaración de Joaquín Gianuzzi. Jorge Fondebrider, “Joaquín Gianuzzi: la búsqueda del sentido”, conversaciones con la poesía argentina, Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1995
[2] La Filosofía en Oriente. Editorial Sudamericana. P, 128
[3] La Filosofía en Oriente. Editorial Sudamericana.  P, 90



No hay comentarios:

Publicar un comentario