Joaquín Giannuzzi: Secretismo
“Los objetos son otras de mis obsesiones.
Los objetos como sustancias secretas. Son otros de los tantos enigmas. Los
objetos me obsesionan por las cualidades que poseen. Hablo de su permanencia,
de su inmovilidad. Y hay algo más importante que se desprende de lo dicho y es
lo que más me fascina. Los objetos como incapacidad de cambio…Quizá, en el
fondo de esta obsesión, haya un afán de obtener una poesía absolutamente
objetiva.”[1]
Las antiguas prácticas de la alquimia
permiten transmutar toda materia innoble en oro, metal sagrado, buscan ensayar
sobre los elementos para que asciendan de un orden insustancial a un orden precioso a través de
un procedimiento ilusorio o mágico. Volver visible los tesoros ocultos que residen
en el mundo y el hombre, el proceso de “la obra alquímica es la transformación
simultáneamente en la materia prima y en el ser íntimo del hombre”.[2]
“Los objetos
como sustancias secretas” en Giannuzzi, no son ellos mismos los poseedores en
su interior de un secreto sino que ellos constituyen el secreto de todo lo que
hay. En todo caso secreto porque hay que
mirar para descubrirlos. Estos objetos no son los elementos mutables de la
alquimia sino más bien que están atrapados en su forma: contorneados, delimitados,
nombrados, usados, mirados, “atormentados, aplastados contra el planeta”.
Constituyen
el corazón del mundo y guardan su secreto. El corazón es corazón porque la
latencia de lo que el poeta es está en las cosas, “la razón secreta” de un
universo indescifrable no será revelada: mientras tanto el poeta, por momentos,
pregunta ¿Cómo es que los objetos permanecen? ¿Como es que siendo corazón
subsisten imperturbables? El de él, su corazón se desgarra y enferma, ama y padece en relación a este ritmo inmutable.
Los objetos son el fondo para esta figura que inevitablemente se borronea.
Obsesionado
frente a las cualidades que poseen, los colores, las formas, las texturas, los
olores, él, el poeta no cede frente a la duda, teólogo de un mundo propio no descifra
el secreto pero sabe que las sombras lo protegen. Entonces nombra “Uvas” – “cintas
de seda” – “azul, mañana, agua” – “bombas” – “vientre” – “madera” – “cristales y
oro” – “jardines” – “espejo” – “gelatina” – “mesa” – “vestido” – “guitarras” – “pelo”
– “carne.”
Observa y
describe pero no como dos momentos separados de un hombre frente a un mundo
innombrable, sino que el mirar giannuzziano es el ojo dentro de las cosas. El
mirar es entonces incrustar en la materia los ojos como cerraduras desesperadas
que vociferan. Merleau – Ponty en El ojo y el Espíritu – dice – “Visible y móvil, mi cuerpo está en el
número de las cosas, es una de ellas, pertenece al tejido del mundo y su
cohesión es la de una cosa. Pero puesto que ve y se mueve, tiene las cosas en
círculo alrededor de sí, ellas son un anexo o una prolongación de él mismo,
están incrustadas en su carne, forman parte de su definición plena y el mundo
está hecho con la misma tela del cuerpo”.
Los hombres
se transfiguran en el cuerpo de la muerte, no tanto porque morirán, sino porque
inminentemente mueren, viven muriéndose. La prolongación del cuerpo
fenomenológico es en Giannuzzi un proceso de transformación que lleva al hombre
a no reconocerse a no poderse atrapar a no consumarse objeto del mundo, sino
testigo desamparado de las sombras.
Todo lo que
hay está: el cuerpo es el contenido del tiempo, las cosas son el contenido del
espacio. Este abismo entre cosas y cuerpo, se torna la obsesión de lo otro que
en un secreto para los mortales permanece en el tiempo. A veces un contraste
nebuloso entre los cuerpos y las cosas, otras un deslizar la sangre de las
cosas al cuerpo y también las sombras; ese intervalo de suspensión entre algo
que es y que no es, el tiempo sin nombres.
Para
Giannuzzi mirar es un suceso mágico de correspondencia entre las cosas y el
ojo, el poema es esa tentativa desesperada y frágil por retener lo que surge de esa unión primordial. Formas
provisorias de las cosas que en el mirar mudable se entornan como ráfagas, el
poema como bautismo fogoso, hiriente, que abre el cuerpo para que aparezca desde la piel ese sentido
oculto de las cosas.
Para la tradición
sufí “el mundo fenoménico es aquí el mundo teofánico; por eso no es en modo
alguno una ilusión; existe verdaderamente, puesta que es precisamente la
teofanía, el otro de sí de lo absoluto. Desde este punto de vista no
existe diferencia real entre la esencia
y los atributos: el ser es idéntico al pensamiento”.[3]
El mundo, para
Giannuzzi, como un claro de luz al fin se ha colmado último circulo teofánico
donde las cosas son. La realidad sin más, sin revelación, sin descubrimiento,
sin construcción, liberado frente a una interioridad intraducible, la poesía y
las cosas son lo mismo. “Poesía es lo
que se está viendo”. Su conocimiento
como un balbuceo de la razón tiene ese límite donde real es lo que ve, su
conocimiento termina en las imágenes
reales, frente a la ventana se
pregunta por “el otro orden”, y dice “la
divinidad está aquí por delegación sombría”. Como antípoda al desasosiego
individual lo divino no es más que un intersticio susurrante, si esto es lo que
hay, las sombras quizás contengan, en su formación de nada gris, un reducto
donde el tiempo y el espacio se disuelven entre sí. Quizás las sombras sean la
balanza para medir ese “equilibrio químico” del que habla en su poema Astrología, un puente secreto en este
universo azaroso y absurdo que admite a una “estrella” y a una “piedra en la
vesícula” en el mismo reino y esto es un misterio.
En Corazón de Cristal, un film de Herzog,
la trama gira en torno a la recuperación
del secreto de la formula para fabricar cristal rubí, el cristal más
precioso de la tierra, descubren que el ingrediente clave de la extraña receta
es la sangre de una virgen.
En Giannuzzi
los secretos de las cosas sangran mostrando los indicios del “misterio desconocido de los dioses”, sangran porque ligadas al cuerpo no son
ya cosas sino los restos de algún sueño.
En algunos
poemas como Mis hijas del otro lado de la pared o Mi hija se viste y sale, ellas, las vírgenes, jóvenes y
despreocupadas derraman todas las
posibilidades de lo que él maduro y pensativo no ha sido. La juventud, la “fría
unidad de la noche, la distancia azul o la sombra” son el exceso de lo que él no es y la eminencia de que su vida podría
ser otra.
Siendo, sin
embargo, lo que él como un artesano amoroso tejió en el centro de las cosas,
pero mientras tejió, se enredo y desovillo el ser en su cuerpo. Una poesía
objetiva es también la obsesión por la coincidencia de ese ser con la posibilidad
primera que propulsó lo que hay. Una poesía que sea sin poder ser otra, “que
retroceda el mundo hasta el silencio”. Como una metafísica de lo imaginario, como una
metafísica de lo posible, la fenomenología
giannuzziana perdura en la substancia de la materia, sujeto – poesía – objeto son en ella una
misma cosa.
Unidas por
un secreto latente y desbaratadas paradójicamente por la vida misma, porque en
ella, en lo cotidiano, lo absoluto esta librado al tiempo, al desorden del que
no prevé en el futuro la forma exacta de su cuerpo y por lo tanto tampoco la
del mundo. Ser joven y hacer “tintinear las pulseras” es un acto despreocupado,
sin especulaciones, sin cuidados, pero que sin embargo aguarda todas las posibilidades, quizás las mismas que para él
se han cerrado.
Ser un
intelectual, es en este sentido, cierto sacrificio de vivir el presente, es
interpretar, es anotar y dibujar desgastando la vida, el desafío de una poesía
objetiva es mantener la vida y para eso hay que “estar más cerca de la materia que
de las ideas”.
En el último
fragmento de Evasiones - dice:
“Y me dormí
y soñé
Con
aposentos vivos de cristal y oro
Donde todo
era victoria interminable,
Mientras el
mundo abierto
Abandonaba
su oficio y no me justificaba
Y una lluvia
oscura que cae todavía
Borró la
calle y las
Reales
dimensiones de la gente.”
Aparece
mientras duerme “la substancia recuperable de los sueños”. Él íntimamente deshecho transfigurado en lo indescriptible, entre
el oro y el cristal, se presenta en el sueño como un no nacido. Como en los
principios de la alquimia están mezclados el ser con la materia prima del
mundo, lo mezclado, lo indiferenciado, lo que aún no tiene forma, lo que no aún
no ha sido nombrado, lo que permanece en las sombras anterior al último circulo
teofánico, es lo abierto del mundo. Aunque ese momento de descubrimiento no
redime la muerte en su cuerpo y después como un espía de lo prohibido el poeta
regresa al poema, es decir a las cosas.
Estos
momentos del sueño, como el amor construyen el horizonte de lo incuestionable,
donde su cabeza reposa, donde su ojos cansados pueden cerrarse tranquilos,
librarse “de la presión del mundo visible que derrama un significado”.
Entre la
intimidad resguardada y el afuera exhausto se extiende un paisaje infinito y
entre los objetos nombrados la “cinta azul” y los “desperdicios mojados” se encuentra el límite del mundo.
El poema Representación Natural es ese intento
por describir una cosmogonía mínima;
“Una gota de
lluvia sobre una hoja de álamo;
Ojo lúcido
en una carne accidental y aérea:
Dos sucesos
individuales
Que adhirió
la poesía de lo fortuito
Para
integrarse a un cuerpo de temblorosa inteligencia
Bajo un
fresco apresuramiento de aire.”
Ese mundo
casi transparente se presenta como una visión poética que reúne lo visto con lo
dicho, nombrar no se parece en nada a la elucubración de proposiciones
verdaderas, nombrar poéticamente es alumbrar con las palabras ese punto del
paisaje infinito donde las miradas se detienen: la mirada de él señala y contornea
el aquí, la mirada de ella lo sostiene. En el amor coincide el punto exacto
donde se desarrolla su vida, “ella miró profundamente para fijar la imagen,
despojarla de sombras y próximas mudanzas”.
El espejo, esa sustancia refleja e inaudita que muestra el mundo dos veces,
acecha sin ella, la humedad de la calle se convierte en una resbaladiza
plataforma de la nada, pero otros ojos, otro mirar, otro cuerpo que se desliza
por las rendijas de las cosas entre el reflejo de los espejos y los charcos
grasientos del asfalto, están, mientras esperan que su voz lo nombre.
Mariana
Robles - 2009
[1] Declaración de Joaquín Gianuzzi. Jorge
Fondebrider, “Joaquín Gianuzzi: la búsqueda del sentido”, conversaciones con la poesía argentina, Buenos Aires, Libros de
Tierra Firme, 1995
[2] La Filosofía en Oriente. Editorial Sudamericana. P, 128
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