Natsuki Miyoshi, Poesía Completa
Babel Editorial – 2010
¿Quién es Natsuki Miyoshi? Ella es alguien que se ha convertido,
por obra de la magia, en un conjunto de poemas. No sabría decir si el hechizo
acabará en un breve período de tiempo o durará la eternidad; Natsuki Miyoshi detenida
en sus palabras y dibujos.
El volumen se presenta ante mí misterioso y voluptuoso; dibujos,
recetas y poemas abstractos, lo integran. Su lectura nos provee de cinco libros
diferentes: Cisne de Hierro, Nepiso Azulario, Informes a la crema (basado en hechos reales), Deile enikirilla conntas deer y al finalizar Escaleras; diversas escrituras y varios paisajes que tienen en
común una tristeza melancólica, infantil y dolorosa.
Estuvo satisfecha
con su tiempo impasse,
ahora
debe abandonar el cuerpo, definitivamente
dejar
esa flor hermosa, irse.
Estos versos, como tantos otros, decoran escenografías provisorias
de seres que abandonan nuestro mundo. La muerte arrebata a las corporalidades
sangrientas toda su belleza y atraviesa el libro entero, inundando.
El cuerpo aparece, en los poemas Miyoshianos, liviano y fugaz. Una
materia sutil, donde las almas errantes no encuentran descanso.
En los límites de la literatura de Natsuki, literatura-paisaje, literatura
sólo como coordenada espacio-temporal, un tipo conocido de moralidad, y de metafísica,
no es posible. Me refiero al supuesto principio que enlaza los cuerpos con las
almas, y amarra para siempre un cuerpo con su nombre, traspasando la carne con los
rayos (dorados o negros) de una única y reinante identidad.
Los cuerpos son para Natsuki envases intercambiables desterrados
de su destino, adorables pero trágicamente dispersos en la variedad de nombres,
que nos ofrecen un paraíso perdido: el amor amorfo sin finalidad, sin dirección,
desorganizado. Un amor que, sin identidad, se torna real, encantador.
Los órganos, las vísceras, son un territorio descampado y antiguo
donde la división entre la vida y la muerte, ya no existe. Siendo así, es posible
ser y no ser al mismo tiempo. Ser muchos otros y muchas almas, muchas niñas y
muchas escritoras.
No nos olvidemos que Cuqui es quien dio vida a Natsuki Miyoshi. Es
su reiterada afirmación, pero también su reiterada renuncia.
Cuqui es Natsuki Miyoshi y Natsuki Miyoshi es Cuqui, entonces.
Pero Cuqui además es la escritora Karen Smith y Karen Smith es Cuqui, la poeta.
Cuqui desplegada, Cuqui ramificada, Cuqui descarnada, como las
niñas de sus poemas. Es su alma vagando de cuerpo en cuerpo, inventando un
idioma, un silencio, una abstracción. Ella es, y no es, Cuqui. Cuqui fuera.
Cuqui aislada. Cuqui alejada del centro expansivo, extenso, voluptuoso de su
propio existir.
Cuqui despliega la variedad amorosa de su literatura y descubre
que la carne se desplaza en las palabras para obtener nuevos cuerpos, nuevas
vidas. Alguien, que es y no es ella, ha querido reunir estas palabras para
olvidar. Hacer desaparecer las señales, las normas, los métodos que nos limitan
a ser de una vez y para siempre un nombre y en la fugacidad de lo inabarcable,
sólo, nosotros mismos.
Cuqui inventó a Natsuki con palabras rojas e imágenes difusas, su
carne no existe pero su alma si, ha sido escrita, impresa en un firmamento de
letras.
El alma de Natsuki es un poema. Y es una obra quizás no literaria.
Ella en alma, y cuerpo, es ajena, lejana, a la literatura. Es especialmente una
obra de escritura maquinal que ha sido escrita para existir por siempre. Por
eso su tristeza, se desangra Natsuki, en el repertorio rítmico de su cuerpo
latente (o potencia negada) que se reproduce y genera, letra tras letra, gotas
de sangre.
Natsuki arrebata la piel al lector, se viste de nuevos ojos y así
recupera el rostro, las manos, las caderas; de niña, de mujer, tantas veces
asesinado y despedazado.
Al final la magia fónica de los poemas abstractos recompone lo que
el significado no puede reparar. El puente invisible que une, entre los
hombres, la vida con la muerte, más allá de cualquier creencia. Es una razón
del cosmos, un capricho que florece. Dice Natsuki, en una de sus voces
No, no había
ninguna luz mala,
sólo ovnis que
bajaron cierta noche
y se llevaron un
par de vacas,
dejando a los viejos
con los pies sin
alpargatas y un grito seco en la garganta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario