De las constelaciones pictóricas y las imágenes hacia el
ritmo de la tradición
I. El ojo y el espacio
Picasso quería
representar las cosas vistas, no como se las conoce sino como se las ve cuando
se mira sin reflexionar.
Gertrude Stein
Las flores,
los retratos y los paisajes desbordan su propio significado cuando son
atravesados por la mirada: las imágenes no imitan a la realidad, meditan acerca
de ella. La representación pictórica del siglo XX, particularmente en sus
inicios, se piensa a sí misma. Reflexiona acerca de su propia naturaleza, no ya
como representación mental de una cosa o expresión de una subjetividad pura,
sino en una reunión dialógica que trasciende al dualismo. La mirada se localiza
fuera de la mente excediendo el espacio matemático cartesiano, un ejemplo radical
podría ser André Masson, el dibujante de Acéphale,
que en sus escatológicas grafías hace que, los cuerpos pierdan literalmente
la cabeza y miren a través de estrellas en el corazón, llamas y armas en los
puños, calaveras en la pelvis y una apertura en el estomago que diluye un
afuera y un adentro, entre la piel y el mundo, para permanecer sumergidos en la
mirada. La sofisticada construcción matemática del espacio unilateral iniciado
en el renacimiento que tiene como principal premisa un horizonte homogéneo y objetivo, se
convierte paulatinamente en afirmación de la mirada particular y en libertad
espontanea de nuestra percepción del mundo. Marcel Duchamp inventor y pintor
del azar, en el otro extremo de Masson, potencia la mirada partiendo de un
lugar físico, anatómico-geográfico; Elena Filipovic dice que, para él la mirada es
un movimiento que acerca la visión al cuerpo. Santiago Cogorno, Leopoldo
Presas y Raúl Russo son herederos de estos descubrimientos y lo son, del único modo
en que se puede ser heredero de las vanguardias, siendo parte. Pudieron apropiarse
y dar forma a una mirada particular, que retorna, abre y expande un constante flujo
de ideas. Cogorno, amigo de Raúl Soldi y Lucio Fontana, pasó gran parte de su
vida, y la mayor de su juventud en Italia. Se interesó por la tradición
prerrenacentista en especial por los frescos de Il Giotto, porque en ellos
encontró un sólido y atractivo punto de inicio, anterior a la configuración
estrictamente moderna, que le propició la posibilidad de reconfigurar aquel
orden pictóricamente dado. Encontró que, el color y el dibujo no son ya dos cualidades
equidistantes, dividas en estructura (el dibujo) y atmosfera (el color) sino
que en la conjunción vital de la materia y el gesto se restablece una
unidad sin jerarquías. El arte africano es otra vertebra de éste universo Cogorniano
que se desplaza de la pintura a la escultura, reafirmando un curioso
antecedente en las máscaras señaladas por Henri Matisse e incorporadas, posteriormente,
por Pablo Picasso a sus obras más emblemáticas. Aunque, el artista
italo-argentino logro imprimir a estas piezas una carácter híbrido, al diluir
la máscara ritual en los cuerpos eróticos de la escultura incaica y la
estilización del gótico. Por su parte, Presas tiende un sistema creativo sobre
el exceso, su proliferación pictórica es admirable, incidiendo dinámicamente en
la fijación de un estilo, él mismo admitió que, tal vez no haya un único momento de plenitud creadora en la vida de un
artista; tal vez hayan ciclos diversos con un momento de plenitud en cada ciclo,
introduciendo,
de esta manera al problema del espacio, el del tiempo poético. Todas sus
pinturas son pequeñas enunciaciones de un reino temático que va desde el
patetismo a la delicadeza, retomándose a si mismo sólo en el gesto pictórico,
como sí en ese ir y venir por lo diverso sólo el cuerpo fuera capaz de dejar huellas
de lo propio. La obra de Raúl Russo, a la que también se le puede atribuir la
complejidad de los anteriores, posee cierta gravedad literaria. Concretamente Russo
ilustró una decena de libros, en su mayoría de poesía y entre los que se
encuentra el “Poema Conjetural” de J. L. Borges y que en un fragmento
dice:
La noche
lateral de los pantanos
me asecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
me asecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.
En este sentido, no es
casual la analogía sino más bien precisa, porque las pinturas de Russo buscan la noche en un trazo que anuncia las
formas y por que el doble de si mismo tiene la luz que sus líneas niegan.
II. La percepción y la historia
Después de Van Gogh, los niños nacen viendo sus
paisajes aunque no hayan visto sus cuadros. Algo nuevo se ha incorporado a la
Humanidad.
Leopoldo Presas
En el
constructivismo reside, según Walter Hess, la influencia de Seurat, la expresión personal acerca del plano, y en el puro valor estructural de los impresionistas, subyacen las formas de Cézanne.
Lo nuevo es, de este modo, un proceso de intensificación en la duración del
tiempo que continuamente potencia lo ya existente. Para Santiago Cogorno,
Leopoldo Presas y Raúl Russo descubrir el mundo y transformarlo son caras de la
misma moneda, porque percibir y hacer se reúnen en la mirada del pintor. Así, del
mismo modo, como la filosofía moderna pensó un proyecto teórico que permitiera
garantizar un conocimiento directo de lo que hay, la pintura necesitó replantearse
la percepción particular como un estado meditativo del hombre en el mundo. La
pintura se desplaza en una tradición que nunca se define por su pasado sino,
más bien, por su dinámica actual. Las imágenes son cúmulos de temporalidad infijos,
sobre un horizonte que genera contextos variados y heterogéneos; un cielo que se expande y contrae digitado por
todas y cada una de las experiencias personales, capaces de trastocar cualquier
cronología. De este modo, un estilo no es la mera modificación formal de una
técnica o la introducción mecánica de un conocimiento, es sobre todo intuición
de mundos posibles y que se mezclan ampliamente con el real. En la mirada
meditativa del pintor subyacen entonces, lo posible y lo real, como un montaje
alternativo al establecimiento de un orden y a una cosmovisión definitiva y hegemónica.
Porque la pintura no ha formulado su
propia historia afianzada en los paradigmas de una evolución formal sino que, por
el contrario se pensó a si misma consolidando un conocimiento que afecta
directamente nuestra percepción: componiendo sinfonías y modulaciones
permeables a la propia estructura de los cuerpos. Cada pintor se incorpora a un
ritmo poético predeterminado que a la vez se descompone al ingresar en el mundo
visible, como una continuidad heraclitiana éste ritmo es imposible de retener y delimitar. Dice Bataille, en la tradición la salvación ocupó un lugar
central dentro de la vida espiritual. Pero la voluntad de salvación significa
la resolución de eludir lo imposible, probablemente para Cogorno, Presas y Russo
el riesgo se encuentre, a pesar del absurdo, en creer que en el arte subyace en
esa inexplicable forma de la salvación.
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