Ensueño
y conceptos, una tarde con Forner
Acabo
de descubrir, para mi alegría lectora, una poeta Boliviana de principio de
Siglo XX, una de las primeras artistas de vanguardia de ese país, y realmente
me encantó. Un verso suyo me hizo pensar en Raquel Forner de quien, a su vez,
acabó de ver una exposición de pinturas. Dice Hilda Mundy “El ensueño no es una
mariposa conceptual.” En esa clave oracular y potente la poeta revela una
sensibilidad que permite imaginar diversas variantes ejemplares para una definición
que, por vía negativa, adscribe probablemente a una manera de entender el
pensamiento y el lenguaje. El ensueño no es una mariposa conceptual, quizás nos
advierta que la ensoñación es aún mucho más real de lo que creemos y por lo
tanto todo objeto que habite en esa región nos permita comprender del mundo
algunas otras cosas vedadas para la razón.
Estas
ideas, o divagaciones, me recuerdan a una hermosa frase de Silvina Ocampo del
libro La Autobiografía de Irene “Los pensamientos vuelan como mariposas”. El
pensamiento y el lenguaje toman en muchas obras femeninas un sesgo imaginario,
que traza límites y fronteras inciertas para aquello que certificamos como
verdadero. En muchas ocasiones la reivindicación de vanguardistas a las
artistas mujeres, como en el caso de Mundy, suenan redundantes, aunque nunca
están demás. Toda obra femenina ofrece siempre una alternativa para lo que el
canon origina como modelo. Pienso en todas las escritoras y artistas que me
gustan y parece que mi afirmación es bastante justa. Lo interesante, en todo
caso, es la ausencia de una matriz rectora que permita reunir bajo el rótulo de
femenino la producción de las artistas y por lo tanto se haga necesario
desplegar para cada obra un aparato de comprensión de particularidades y singularidades
irreductibles.
En
las pinturas de Forner, las que son expuestas en las salas principales del
Museo Municipal Genaro Pérez pertenecientes a la Serie Las Lunas, la artista
propone una configuración dual para comprender los diversos niveles de estados
de conciencia. El color indica una elevación mientras que los tonos grises
ilustran inferioridad. Más allá del aspecto narrativo y moral que puede
derivarse de este orden espacial y cromático, la práctica de un sistema le
otorga a las composiciones lunares y terrestres de Forner un carácter complejo
y hasta estrafalario. Cada uno de sus personajes, símbolos, trazos, tonos,
animales y paisajes forman una totalidad; la misma de un códice antiguo que
permanece en constante movimiento. Ellos están entrelazados originando uno a
uno una evolución consecutiva proporcionada por el fluir de la pintura y su
impulso imparable, un pensamiento que sólo puede ser formulado con claves de
luces, texturas y materias en las inmediaciones de lo innombrable. Los ojos y
los rostros se multiplican en sus imágenes, poniendo a disposición un amplio
catálogo de humanidades terrestres y celestiales. También algunos peces que,
como las mariposas de Mundy y Ocampo, custodian la armonía de lo que se
reproduce sin ningún objetivo, sin mensaje y sin telos.
Así
la pintura permite abrir las visiones constitutivas para liberarse de ellas.
Proponiendo frente a la naturaleza de las cosas, las fluctuaciones o los
márgenes como corrientes que desde la interioridad transforman la exterioridad.
El dualismo de Forner es un dualismo que se supera a sí mismo en la
construcción de su propio lenguaje y que se define por la negación de la
abstracción, rescatando de los conceptos su carácter grafico, sin olvidar ni
despreciar su aspecto terrible y oscuro.
El carácter dionisiaco de su obra se evidencia por la gestualidad y por las líneas que obturan toda posibilidad de un espacio homogéneo. Cada vez que la mirada quiere situarse una cantidad de barroquismos confunden su dirección y la desvían a la multiplicidad. Pero no sólo el rasgo físico de la pintura da cuenta de una cualidad negativa o “acephala” también lo hacen las veladuras casi inmateriales que se perciben en la superposición del óleo, no el pigmento sino el modo en que fue impreso.
La confusión de temporalidades marcadas por el ritmo caótico en las regiones imaginarias derrotan las definiciones de pintura y con ello anulan su muerte. Esta exposición nos ofrece encontrarnos, no tanto con el pasado de la imagen, sino a nosotros con ella, el presente. Así podemos desovillar el nudo de las teorías que alguna vez nos llevaron a imponer sobre las prácticas alguna conclusión. Lo que la muerte nos niega el nacimiento nos otorga; la anticipación del deseo sobre la represión de las regulaciones canónicas. Creo haber llegado a este punto, porque después de ver los engendros concatenados de Forner me dejaré llevar por el placer de dudar que exista algún final.
El carácter dionisiaco de su obra se evidencia por la gestualidad y por las líneas que obturan toda posibilidad de un espacio homogéneo. Cada vez que la mirada quiere situarse una cantidad de barroquismos confunden su dirección y la desvían a la multiplicidad. Pero no sólo el rasgo físico de la pintura da cuenta de una cualidad negativa o “acephala” también lo hacen las veladuras casi inmateriales que se perciben en la superposición del óleo, no el pigmento sino el modo en que fue impreso.
La confusión de temporalidades marcadas por el ritmo caótico en las regiones imaginarias derrotan las definiciones de pintura y con ello anulan su muerte. Esta exposición nos ofrece encontrarnos, no tanto con el pasado de la imagen, sino a nosotros con ella, el presente. Así podemos desovillar el nudo de las teorías que alguna vez nos llevaron a imponer sobre las prácticas alguna conclusión. Lo que la muerte nos niega el nacimiento nos otorga; la anticipación del deseo sobre la represión de las regulaciones canónicas. Creo haber llegado a este punto, porque después de ver los engendros concatenados de Forner me dejaré llevar por el placer de dudar que exista algún final.
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