La
creación de un aullido
El
éxtasis del movimiento. Sinuosos y voluptuosos desplazamientos de los trazos:
hondonadas en el fondo de la materia. La duración de un aullido. La herida, en
el pulso retiniano. Gestos que son el ritmo del éxtasis. El éxtasis y la piel. En
el límite de la piel, el éxtasis se fue dibujando. La tinta y la sangre roja. Los
líquidos de la operación derramada. Sinfonía en movimiento, entre rojo y negro.
Un aullido; en el ojo, un eco. Lágrimas, en la caverna de los sueños. Profundas
coincidencias entre la letra y la imagen, entre la escritura y la pintura.
Dibujos primarios, iniciales; conductos marginales, la textura de la imaginación.
El laboratorio, la soledad, la maquina de los inventos, las campanadas marcando
los minutos, en la creación.
Así
las grafías de Pilar Ortega pulsan el pensamiento e inventan sus propias
formas. Desfiguradas, en el frenesí del cuerpo, cada gota se desparrama; una
constelación, una figura extraña, un mapa en la noche. Los montículos de tinta,
las líneas vibrantes y las veladuras de oscuridad, crean jardines de matas
encendidas. Un paisaje que se ondula entre las venas hacia las vertientes del
corazón. Una reminiscencia romántica- punk, también una estilización excéntrica
de las vertientes góticas, recuerda a los enigmáticos dibujos de Andrè Masson.
La
luz de una luna interior diseña las siluetas imposibles de un yo ondulante,
fragmentado, ramificado en el aire. Los órganos, del cuerpo inventado, baten
sus alas en un firmamento de ensoñación. Ideas encarnadas, atragantadas, en la
cascada de la materia. Se reproducen incansablemente los volcanes, las orugas, las
cicatrices y las nervaduras; entonces el espacio se asfixia. Pilar Ortega
presiona la retícula y le informa a la visibilidad de sus limitaciones pero
también la fragmenta y la enriquece, con el rayo de sus trazos, con el aullido
de la tormenta.
Las
cosas se retuercen en el tiempo, construyen esculturas asombrosas en el
interior de la conciencia, oráculos, puertas y regiones. Los surrealistas
creían que la muerte era un invento capitalista por eso resistieron, se
burlaron y se ocultaron sin nunca envejecer. Las coordenadas de la inmortalidad
pueden tener diversas formas; en los dibujos de Pilar Ortega el desbordado torbellino
de un organismo se antepone al lenguaje: una pequeña vulva barroca, roja y
negra, en el ángulo de una hoja puede escaparse, sin rumbo.
Dispersas tormentas de
extrañas nubes. Un montículo desviado y gigante, cae. Espinas estallan y gritan
en el umbral de la realidad. Semillas, sangre, partículas, ramificaciones,
hojas, floraciones se dispersan en un dialogo único, un rasguido se interrumpe
las coordenadas del espacio establecido, nacen tubérculos preciosos y en el
centro la flor más exótica, aullando.
Mariana Robles -
2013
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