jueves, 14 de febrero de 2013


La creación de un aullido
El éxtasis del movimiento. Sinuosos y voluptuosos desplazamientos de los trazos: hondonadas en el fondo de la materia. La duración de un aullido. La herida, en el pulso retiniano. Gestos que son el ritmo del éxtasis. El éxtasis y la piel. En el límite de la piel, el éxtasis se fue dibujando. La tinta y la sangre roja. Los líquidos de la operación derramada. Sinfonía en movimiento, entre rojo y negro. Un aullido; en el ojo, un eco. Lágrimas, en la caverna de los sueños. Profundas coincidencias entre la letra y la imagen, entre la escritura y la pintura. Dibujos primarios, iniciales; conductos marginales, la textura de la imaginación. El laboratorio, la soledad, la maquina de los inventos, las campanadas marcando los minutos, en la creación.
Así las grafías de Pilar Ortega pulsan el pensamiento e inventan sus propias formas. Desfiguradas, en el frenesí del cuerpo, cada gota se desparrama; una constelación, una figura extraña, un mapa en la noche. Los montículos de tinta, las líneas vibrantes y las veladuras de oscuridad, crean jardines de matas encendidas. Un paisaje que se ondula entre las venas hacia las vertientes del corazón. Una reminiscencia romántica- punk, también una estilización excéntrica de las vertientes góticas, recuerda a los enigmáticos  dibujos de Andrè Masson.
La luz de una luna interior diseña las siluetas imposibles de un yo ondulante, fragmentado, ramificado en el aire. Los órganos, del cuerpo inventado, baten sus alas en un firmamento de ensoñación. Ideas encarnadas, atragantadas, en la cascada de la materia. Se reproducen incansablemente los volcanes, las orugas, las cicatrices y las nervaduras; entonces el espacio se asfixia. Pilar Ortega presiona la retícula y le informa a la visibilidad de sus limitaciones pero también la fragmenta y la enriquece, con el rayo de sus trazos, con el aullido de la tormenta.
Las cosas se retuercen en el tiempo, construyen esculturas asombrosas en el interior de la conciencia, oráculos, puertas y regiones. Los surrealistas creían que la muerte era un invento capitalista por eso resistieron, se burlaron y se ocultaron sin nunca envejecer. Las coordenadas de la inmortalidad pueden tener diversas formas; en los dibujos de Pilar Ortega el desbordado torbellino de un organismo se antepone al lenguaje: una pequeña vulva barroca, roja y negra, en el ángulo de una hoja puede escaparse, sin rumbo.
Dispersas tormentas de extrañas nubes. Un montículo desviado y gigante, cae. Espinas estallan y gritan en el umbral de la realidad. Semillas, sangre, partículas, ramificaciones, hojas, floraciones se dispersan en un dialogo único, un rasguido se interrumpe las coordenadas del espacio establecido, nacen tubérculos preciosos y en el centro la flor más exótica, aullando.
Mariana Robles - 2013


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