domingo, 3 de febrero de 2013


Viaje galáctico alrededor de un Jardín
Las galaxias parecen alejarse unas de otras a velocidades considerables. Las más lejanas huyen con la aceleración de doscientos treinta mil kilómetros por segundo, próxima a la de la luz.
                                                                               El universo se hincha.
                                                                               Asistimos al resultado de una gigantesca explosión.
Severo Sarduy (Big Bang)

: Las fronteras de un mundo poético: los cielos y las flores

Un viajero contemporáneo es quizás un decodificador de representaciones establecidas, que puede ordenar en una unidad de lo real, componentes de mundos diversos. En este sentido, la herencia romántica en el surrealismo podría ser la transfiguración del viaje en collage, una técnica o  dispositivo de transposición de órdenes disímiles para generar una imagen en movimiento. En las pinturas arquetípicas del romanticismo por ejemplo, la inmensidad de los cielos, la omnipotencia de las montañas, en contraposición a la intemperie de los hombres y el poder fastuoso del mar, se configuran en torno a una tensión entre lo natural y lo artificial. En las obras de Julia Romano la inmensidad se mantiene, pero siendo desde su origen paisaje, en ellas el poder de lo impredecible se somete al artilugio de las flores silvestres o de los pájaros pequeños que logran configurar  la imagen a una escala humana. Es como si miráramos el cielo a través de la óptica diminuta de una flor roja y transparente, encontrada al costado de una ruta o como si al contemplar un pájaro sobre la rama de un ciruelo, con un ojo cerrado, su proyección sobre el horizonte  impregnara todo el aire. La potencia del ornamento subyace en la afirmación de una visión que se manifiesta irreductible a una norma fuera de sí misma. Así, Romano impone al cielo orbes florales que su imaginación prescribe y diseña como una exploradora de lo frágil y de lo mudable.
La fotografía en su obra es sólo un fragmento, porque la representación producto de una operación mecánica es, justamente, la dimensión que estos paisajes ponen en cuestión.  Aparecen entonces, modelos tentativos propiciados por su forma de ver, por el uso particular que la artista hace de la mirada y no así de un supuesto realista acerca de la naturaleza. El cielo, lejos de ser en sí mismo un afuera inmóvil y estático, se presenta como una sugerente pantalla  vital para la interacción con el sujeto de la contemplación, que en una réplica lúdica proyecta sus fantasías. Sus paisajes son jardines particulares iniciados en la frontera de una flor y una medida poética del mundo.  Cada nueva intervención  con su mirada se convierte en el rastro de un diario de viaje, que se dibuja mentalmente en sintonía con las observaciones de un afuera muy cercano, tan cercano que no se distingue de las siluetas derramadas. Las montañas, el cielo o un río son el cuerpo, soporte, para acciones subjetivas,  que a su vez modifican la estereotipia o patrón cultural de la idea de paisaje. El jardín es la frontera de un mundo que se configura en la explosión de lo bello en una flor y que a su vez puede, osadamente, convertirse en el patrón sin fin de una ciencia rococó, que adora las voluptuosas curvas de los pétalos y en ellas el éxodo de éste viaje.

::  Inversión del horizonte
Imagino que, las piezas de Romano podrían coincidir en un futuro hipotético con algunos libros o tomos antiguos de una biblioteca perdida de constelaciones florales, y que la discontinuidad de la representación no es otra cosa que el descubrimiento de un mundo posible en la conjunción azarosa de sus partes actuales. Como si fueran placenteras ondulaciones, que en suspenso esperan un relato, para imponer al espacio real su silueta ensoñada. Grafías de una percepción despreocupada y volátil,  que hacía un romántico viaje, por el interior de las flores, acaban partir. Entonces, me parece también que, ha logrado construir una operación sinuosa entre plantaciones de acordes mínimos, que se oyen en el ritmo de esas bastas montañas, sembradíos o llanuras. Ella misma es un viajero, explorando las combinatorias imbricadas de plantaciones y nubes fortuitas, anotando las impresiones de un estado poético frente a la naturaleza en movimiento. Quizás, también realizando un inventario en el basto horizonte de lo diminuto, para así desplegarlos en una dimensión a la medida de sus impresiones. En esta prolífica inversión de los órdenes terrestres logra ponderar un gesto que en la dislocación de sus límites se dispone como un precioso jardín.

                                                                                                                               Mariana Robles- 2009


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