Paisaje de
invierno
Apuntes para
una lírica del vacío
La Imagen:
Si estamos dispuestos a contemplar en cada forma de
Andrés Sobrino hay espacio para la mirada, podríamos imaginar túneles o espejos
y encontrar allí nada. Entrar en laberintos y descubrir que esa nada es
infinita como así también el límite de nuestra visión. Parecen deslizarse
serenos paisajes nevados o algunas aguas congeladas.
El
dispositivo:
La técnica del
montaje es una práctica heredada en cierta medida del cine, Sergei Eisenstein introdujo los procedimientos que permiten
ordenar narrativa y rítmicamente la toma cinematográfica. El tiempo virtual
captado recupera su dinámica interior al modificar paradójicamente su
naturaleza predeterminada por el tiempo cronológico. El uso más frecuente de la
técnica en artes visuales alude a la disposición de las obras en el espacio
expositivo, producto de un programa previamente organizado que permite
transfigurar en relato las fisuras cronológicas del proceso creativo. El
sentido irrevocable con el que un espectador se encuentra supera la fractura
originaria y la síntesis visual opera, a grandes rasgos, en la constitución de
una unidad. A La obra pictórica de Andrés Sobrino se suma la intriga por la
referencia: en un montaje realista comprendemos perfectamente ese orden que nos
conduce por la fascinación de la representación y su doble intimidante captado.
Al tratarse de una obra abstracta-geométrica Sobrino pareciera conspirar con el
relato para presentarnos los dispositivos que posibilitan una historia. Sus
piezas geométricas no son sin ese lugar específico otorgado en el espacio, sin
embargo de existir lo harían de otro modo.
La música:
Para ver es necesario oír y para oír es necesario el
silencio, también a la inversa; de Erik Satie apuntó Man Ray que era el único músico que tenía ojos. El color
es ese instrumento que vibra según una orquestación rítmica material, allí la
tonalidad depende de las circunstancias epifanicas que de origen inexplicable
colman la visión. La demolición es rotunda no nos queda más que la potencia,
más allá de cualquier disciplina sabemos que el silencio es nuestro aliado. En
una entrevista Sobrino cuenta que sus procesos creativos se inician con la
generación encadenada de una obra que lo lleva a la próxima y así entre
cadencias sucesivas se producen, el artista escucha con sus ojos.
El paisaje, en
negro y en blanco:
Los estados poéticos siempre son una grieta en el
sistema y en el del mundo del arte lo son simplemente porque no permiten ser
teorizados. A lo largo del siglo anterior la pintura geométrica propició un
sinfín de especulaciones, pero siempre sucede que una nueva aparición en este
vasto horizonte se proclama como particularidad. Ad Reinhardt, el artista más trash y más zen de la modernidad porque
rompió con todos los dogmas, tras pintar sus cuadros negros proclamó:
Ni formas ni
composiciones,
ni líneas ni
figuraciones,
ni
representaciones ni visiones,
ni sensaciones
ni impulsos, ni símbolos ni signos,
ni empastes ni
decoraciones ni coloridos,
ni placeres ni
sufrimientos,
ni accidentes
ni ready mades, ni cosa ni ideas,
ni atributos ni
cualidades, nada que pertenezca a la esencia.
En el otro extremo de la sensación los blancos de Sobrino, sus sinfonías despojadas,
nos afectan e interpelan como un silencio inmenso. Una ausencia invernal y
distante que abierta en el límite de las formas son petrificadas geometrías
inaugurales.
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