domingo, 3 de febrero de 2013


Leonora Carrington



    Leonora Carrington nació en 1917. Es pintora y escritora inglesa. En París se casó con Max Ernst, de quien se separó tras huir de la ocupación nazi. Formó parte del movimiento subterráneo de intelectuales anti-fascistas y del grupo surrealista. En España, fue internada  por una crisis nerviosa de la que dejó testimonios en Memorias de Abajo. Escribió numerosos libros de cuentos, entre ellos, La Casa del Miedo (1938), La Dama Oval (1939), La Puerta de Piedra (1950) y La Trompetilla Acústica (1976). También obras de teatro Penélope (1944) llevada a escena por Alejandro Jodorowsky y La Invención del Mole (1960). En la actualidad vive en México.

      La Puerta de Piedra de Leonora Carrington, es un libro extraño, en principio por que es muy difícil distinguir la voz de la escritora de una voz “otra” que no le pertenece. En el relato más bien pareciera que aquello que habla no es una voz humana sino un eco ancestral. Todo el texto nos conduce por una arquitectura absolutamente sólida que se construye entre la vigilia y el sueño. A diferencia, de otras estructuras surrealistas y de otros cuentos breves de la misma autora, La Puerta de Piedra carece de cualquier tipo de artificio automatista. Por el contrario, impresiona el contraste entre el control narrativo y las imágenes delirantes de toda la pieza. La vigilia y el sueño, no están estrictamente distinguidos, no aparece en ningún momento la clásica dicotomía que separa los dos ámbitos.
Carrington no escribe, escucha: los números huérfanos de los niños presos, los objetos del desierto, las apariciones animales del mesías en el Danubio. Las primeras imágenes son la descripción de un cielo en cáncer, la ubicación de una estrella y las páginas inconclusas de un diario que, a medida que el tiempo se modifica, no se volverán a retomar.
Los elementos de la naturaleza y en especial los objetos son los principales conectores espacio-temporales de la narración. Lo que pareciera suceder es algo difícil de expresar pero que, en rasgos generales, tiene las siguientes características: los objetos son la materia amorfa del mundo y en la medida que se separan de su origen para convertirse en una cosa, acumulan en su interior todos los niveles de su transformación.
Las cosas son portales diminutos, una ramita de canela despertará el pasado y todos los sueños del mundo llegan a la memoria, no sin misterio, algunas señales numéricas, palabras en arameo, lugares del Antiguo Testamento, notas que llegan de Egipto, del río de Caronte, del otro lado de la gran puerta de piedra.
El relato esta poblado de símbolos de la alquimia y de la cábala, que en ningún caso, ostentan combinaciones estilísticas, por el contrario son de rigurosa necesidad para el libro, que más que un cuento, es un tratado de la resurrección.

Días de Todos Los Santos
Los brujos y los alquimistas sabían acerca de los cuerpos animales, vegetales, minerales. Arrancar la costra de lo que hemos olvidado y redescubrir las cosas que conocimos antes de nacer.[1]

La Puerta de Piedra, es un texto religioso, sin religión, simplemente el mantra que se repite para invocar el tiempo dentro de los tiempos. Salirse, correrse de la linealidad, entrar en las rugosidades, los túneles o al menos crear una invocación, en contra del fin de los tiempos y de la muerte que se aproxima para los evangelios.
Una niña, atrapada en un pliegue de tiempo, repite Buj buj zöldag, zöld levelecske… Ábrete, ábrete, pequeña hojita verde. Ábrete, ábrete, gran puerta de piedra…, un niño detenido en un campo de concentración sin saber bien donde está, la escucha. A la mañana siguiente la ramita aparece debajo de la almohada de quien soñaba. Todas las personas vuelven a encontrarse, y a olvidarse también.
A modo de parodia y con un humor bastante particular la literatura de Carrington se sigue aferrando a los principios surrealistas y a la lucha contra los valores del capitalismo: la banalidad de la materia. También a la vigilia del mundo subterráneo, para resistir a los múltiples y terribles rostros del fascismo.  
Lentamente parecieran combinarse como en una sumatoria de posibilidades la vigilia con el sueño, ambos con la muerte y los tres con lo no-nacido, en el último estadio la escritora desciende nuevamente para reponer la vigilia.   
Ciertas pretensiones adivinatorias y premonitorias se solapan en el relato, la operación de Carrington siempre evidencia la quietud de una imagen inicial llena de incongruencias. Más tarde, en el desarrollo del relato aplica una lógica, que llamaremos “lógica geométrica de la dispersión de los iguales”: nos logra mostrar que cada enunciado de la imagen pertenece a espacios y tiempos diferentes. Por esta razón, en principio parece absurda, pero en la descomposición del argumento y el devenir de la temporalidad del relato, en algún punto se vinculan y al final Carrington recompone la coherencia interna del tiempo ad infinitum.
La uniformidad semántica de la imagen inicial, pierde cualquier posible referencia con un tiempo cerrado, para indicarnos que lo más razonable es que no la tenga y que en definitiva algo esta sucediendo más allá de lo que vemos o de lo que vemos a medias.

Las palabras son más inútiles que el polvo del desierto; porque la lengua ha muerto también, y las cosas muertas tienen movimientos que el ojo difícilmente percibe.[2]

El orden humano, es la costra que lentamente Carrington va desdibujando, mientras todo parece desmoronarse ella planea una cabalgata a Budapest. En La Trompetilla Acústica, un libro posterior, una anciana, a la que le gustan los hongos tropicales, anhela un viaje hacia el polo norte. Aunque la protagonista nunca se mueve del albergue con forma de setas multicolores, donde la dejaron internada sus alterados parientes. Más tarde, la tierra gira y los polos se desplazan. Ella, en la noche, alrededor de una fogata, con hombres con cabezas de lobos, ocupa el corazón de la tierra nevada.

…un universo rosado y uno azul se atraviesan mutuamente en partículas como si fueran dos enjambres de abejas y cuando dos partículas de diferente color chocan, los milagros se producen.[3]

En los relatos de Carrington, todo suceso no sólo es contingente, sino vacuamente existente. Sin embargo el conjunto sucesivo de coincidencias permanece en cada hecho. Los atributos son los que cuentan, en ellos se emancipa el elemento temporal. El rey no ha muerto duerme en todas las fronteras.

Es maravilloso, andar errante en el espacio y el tiempo –dijo el Rey-. Las fronteras de lo desconocido están construidas en capas superpuestas. Una capa se despliega en abanico sobre otras capas, que a su vez se despliegan sobre nuevos mundos. Es cierto que en algún lugar, más allá del Universo, hay un espacio vacío infinito. Es igualmente cierto que ese espacio está tan profusamente poblado y habitado como la misma Tierra. El espacio es oscuro, y carece de principio y de fin. El espacio es luz, y empieza y termina y continúa como la vida.[4]

     Después de leer La Puerta de Piedra, hace un par de años, googleé por última vez a Leonora Carrington, acababa de cumplir 90 años. Estaba enojada y resignada de que una marca de electrodomésticos lanzara una línea de licuadoras con su nombre. Como la despechada Alice Liddell, que vendió todo el imaginario de Lewis Carroll para packaging a Disney World, Carrington abandonó sus objetos al mundo del mercado. Entre las luces de una campaña publicitaria, un tanto ridícula, se anuncia el último de los niveles, el menos subterráneo, el más alejado de la resurrección. Pero quizás no, quien sabe, si en el exceso de visibilidad el ciclo no se vuelve a reanudar, de la nieve a la luna para nuestras próximas noches.

Mariana Robles- 2007











[1] La Puerta de Piedra
[2] Ídem
[3] La Trompetilla Acústica   

[4] La Puerta de Piedra

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