Leonora Carrington
Leonora Carrington nació
en 1917. Es pintora y escritora inglesa. En París se casó con Max Ernst, de
quien se separó tras huir de la ocupación nazi. Formó parte del movimiento
subterráneo de intelectuales anti-fascistas y del grupo surrealista. En España,
fue internada por una crisis nerviosa de
la que dejó testimonios en Memorias de
Abajo. Escribió numerosos libros de cuentos, entre ellos, La Casa del Miedo (1938), La Dama Oval (1939), La Puerta de Piedra (1950) y
La Trompetilla Acústica (1976). También
obras de teatro Penélope (1944)
llevada a escena por Alejandro Jodorowsky y La
Invención del Mole (1960). En la actualidad vive en México.
La Puerta de Piedra de Leonora Carrington, es un libro extraño, en
principio por que es muy difícil distinguir la voz de la escritora de una voz “otra”
que no le pertenece. En el relato más bien pareciera que aquello que habla no
es una voz humana sino un eco ancestral. Todo el texto nos conduce por una
arquitectura absolutamente sólida que se construye entre la vigilia y el sueño.
A diferencia, de otras estructuras surrealistas y de otros cuentos breves de la
misma autora, La Puerta de Piedra
carece de cualquier tipo de artificio automatista. Por el contrario, impresiona
el contraste entre el control narrativo y las imágenes delirantes de toda la
pieza. La vigilia y el sueño, no están estrictamente distinguidos, no aparece
en ningún momento la clásica dicotomía que separa los dos ámbitos.
Carrington no escribe, escucha: los números huérfanos de los niños
presos, los objetos del desierto, las apariciones animales del mesías en el
Danubio. Las primeras imágenes son la descripción de un cielo en cáncer, la
ubicación de una estrella y las páginas inconclusas de un diario que, a medida
que el tiempo se modifica, no se volverán a retomar.
Los elementos de la naturaleza y en especial los objetos son los
principales conectores espacio-temporales de la narración. Lo que pareciera
suceder es algo difícil de expresar pero que, en rasgos generales, tiene las
siguientes características: los objetos son la materia amorfa del mundo y en la
medida que se separan de su origen para convertirse en una cosa, acumulan en su
interior todos los niveles de su transformación.
Las cosas son portales diminutos, una ramita de canela despertará
el pasado y todos los sueños del mundo llegan a la memoria, no sin misterio,
algunas señales numéricas, palabras en arameo, lugares del Antiguo Testamento,
notas que llegan de Egipto, del río de Caronte, del otro lado de la gran puerta
de piedra.
El relato esta poblado de símbolos de la alquimia y de la cábala,
que en ningún caso, ostentan combinaciones estilísticas, por el contrario son
de rigurosa necesidad para el libro, que más que un cuento, es un tratado de la
resurrección.
Días de
Todos Los Santos
Los brujos y
los alquimistas sabían acerca de los cuerpos animales, vegetales, minerales.
Arrancar la costra de lo que hemos olvidado y redescubrir las cosas que
conocimos antes de nacer.[1]
La Puerta de
Piedra, es un
texto religioso, sin religión, simplemente el mantra que se repite para invocar
el tiempo dentro de los tiempos. Salirse, correrse de la linealidad, entrar en las
rugosidades, los túneles o al menos crear una invocación, en contra del fin de
los tiempos y de la muerte que se aproxima para los evangelios.
Una niña,
atrapada en un pliegue de tiempo, repite Buj
buj zöldag, zöld levelecske… Ábrete, ábrete, pequeña hojita
verde. Ábrete, ábrete, gran puerta de piedra…, un niño detenido en un campo de
concentración sin saber bien donde está, la escucha. A la mañana siguiente la
ramita aparece debajo de la almohada de quien soñaba. Todas las personas
vuelven a encontrarse, y a olvidarse también.
A modo de parodia y con un humor bastante particular la literatura
de Carrington se sigue aferrando a los principios surrealistas y a la lucha
contra los valores del capitalismo: la banalidad de la materia. También a la
vigilia del mundo subterráneo, para resistir a los múltiples y terribles rostros
del fascismo.
Lentamente parecieran combinarse como en una sumatoria de
posibilidades la vigilia con el sueño, ambos con la muerte y los tres con lo
no-nacido, en el último estadio la escritora desciende nuevamente para reponer
la vigilia.
Ciertas pretensiones adivinatorias y premonitorias se solapan en
el relato, la operación de Carrington siempre evidencia la quietud de una
imagen inicial llena de incongruencias. Más tarde, en el desarrollo del relato
aplica una lógica, que llamaremos “lógica geométrica de la dispersión de los
iguales”: nos logra mostrar que cada enunciado de la imagen pertenece a
espacios y tiempos diferentes. Por esta razón, en principio parece absurda,
pero en la descomposición del argumento y el devenir de la temporalidad del
relato, en algún punto se vinculan y al final Carrington recompone la
coherencia interna del tiempo ad
infinitum.
La uniformidad semántica de la imagen inicial, pierde cualquier
posible referencia con un tiempo cerrado, para indicarnos que lo más razonable
es que no la tenga y que en definitiva algo esta sucediendo más allá de lo que
vemos o de lo que vemos a medias.
Las palabras son más inútiles que el polvo
del desierto; porque la lengua ha muerto también, y las cosas muertas tienen
movimientos que el ojo difícilmente percibe.[2]
El orden humano, es la costra
que lentamente Carrington va desdibujando, mientras todo parece desmoronarse ella
planea una cabalgata a Budapest. En La
Trompetilla Acústica, un libro posterior, una anciana, a la que le gustan
los hongos tropicales, anhela un viaje
hacia el polo norte. Aunque la protagonista nunca se mueve del albergue con
forma de setas multicolores, donde la dejaron internada sus alterados parientes.
Más tarde, la tierra gira y los polos se desplazan. Ella, en la noche,
alrededor de una fogata, con hombres con cabezas de lobos, ocupa el corazón de
la tierra nevada.
…un universo
rosado y uno azul se atraviesan mutuamente en partículas como si fueran dos
enjambres de abejas y cuando dos partículas de diferente color chocan, los
milagros se producen.[3]
En los
relatos de Carrington, todo suceso no sólo es contingente, sino vacuamente
existente. Sin embargo el conjunto sucesivo de coincidencias permanece en cada
hecho. Los atributos son los que cuentan, en ellos se emancipa el elemento
temporal. El rey no ha muerto duerme en todas las fronteras.
Es maravilloso, andar errante en el espacio y
el tiempo –dijo el Rey-. Las fronteras de lo desconocido están construidas en
capas superpuestas. Una capa se despliega en abanico sobre otras capas, que a
su vez se despliegan sobre nuevos mundos. Es cierto que en algún lugar, más
allá del Universo, hay un espacio vacío infinito. Es igualmente cierto que ese
espacio está tan profusamente poblado y habitado como la misma Tierra. El
espacio es oscuro, y carece de principio y de fin. El espacio es luz, y empieza
y termina y continúa como la vida.[4]
Después de leer La Puerta de Piedra,
hace un par de años, googleé por última vez a Leonora Carrington, acababa de
cumplir 90 años. Estaba enojada y resignada de que una marca de
electrodomésticos lanzara una línea de licuadoras con su nombre. Como la
despechada Alice Liddell, que vendió todo el imaginario de Lewis Carroll para packaging
a Disney World, Carrington abandonó sus objetos al mundo del mercado. Entre las
luces de una campaña publicitaria, un tanto ridícula, se anuncia el último de los
niveles, el menos subterráneo, el más alejado de la resurrección. Pero quizás
no, quien sabe, si en el exceso de visibilidad el ciclo no se vuelve a
reanudar, de la nieve a la luna para nuestras próximas noches.
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