El
lenguaje con sueño en el balbuceo de la noche
Un
libro que escribió Héctor Libertella provocando un viaje, un regreso infinito
alrededor del lenguaje que va y viene entre las matas de un paisaje recién
pintado, sobre el telón de una escenografía precaria, mirando hacia unas
butacas sin nadie, comienza la función, oh! Bonino estará allí esperando como
detenido en el laberinto el eco de una palabra suspendida, la resonancia
espiritual del decir, el cuerpo de sus ojos mirando como un niño, se abren de
luz y brillan las lentejuelas doradas, las plumas del no pensamiento.
Llegará
también el sueño como una dimensión de la escena, psicodelia del calidoscopio
verbal, un árbol que florece a través de la noche. Formaciones galácticas en
Gutemberg, el libro y la escena en la que el disfraz se convierte en fantasma.
Una suma de transparencias por donde se derriten las direcciones, un recorrido sin
brújula que llegará a sin destino, paseando. Se percibe en la caverna lo que la
mirada rescata de la huella de la letra, estrellas desordenas, constelaciones
caóticas y las reglas, el bien deber del discurso, anuladas en la risa y el exceso.
El
primitivo ser mono no ha inventado o ya ha olvidado que inscribir en el orden
de la gramática sin el silencio del balbuceo inicial y reconocer las
puntuaciones de una proyección descerebrada, es navegar fuera del mar. Con un
barquito aterriza en Europa, Bonino
hunde los pies en el mapa explica como viajar lagunas extensas del dejarse
llevar por los lugares del vagido, recorre la tierra sin ir a ninguna parte,
opera las muecas del futuro, ser sin represión igual a ser sin representación.
En el espejo no hay magia sólo atravesarlo, quedarse en él. Límite es
funcionario de función y especulación de la libertad. También regresa sin nunca
haberse ido hacia la infancia desde el nacimiento sin cruzar jamás a la orilla
de arenas blancas del significado.
Solos,
en la intermitencia de los años que dura un encuentro en la escritura, del dialogo
a lo no decible, en la divagación de una entrega lúdica, del espesor sobre el
amor que es el lenguaje y que el amor no puede ser hablado, el mar y el cielo
se extienden y se juntan Bonino en Libertella, Libertella en Bonino.
También
un silencio circular, un pensamiento espiralado que logra llegar desde la
lengua en movimiento, fuera de sí, desvirtuado hacia su instancia alquímica opera
en la modificación y se derrama sobre cualquier conjuro de palabras, anulado el
cerramiento, lo diferente diverge en multitud de sentidos, superposiciones
esponjosas de emanaciones lingüísticas. Tintas de colores, sonidos posibles, el
libro es un barco de papel atravesando nuestras mentes.
La
mística de la evasión, las raíces del árbol encontradas en el fondo de la
tierra, enredadas en la oscuridad del mundo, utopía de perderse a sí mismo y
también las ramas incendiarias, por la última fogata, bibliotecas derrumbándose
mientras hojas diminutas sobreviven a la eternidad, las nervaduras crecen en
las lenguas, se pierden y fugan.
En
el fondo de la superficie de tinta, en el aparato lógico de las teclas, máquinas
de escribir, infierno musical y visual, apocalipsis textual. El mercurio,
transmigración más la resurrección de las variaciones sobre el mismo tema,
aunque que podado, cortado. Libertella, Wittgenstein, Kant, Ockam o partitura
de la navaja. En la cubierta del barco Bonino advierte los matices del
horizonte acaba de llegar a la tierra de todos los idiomas, del único que
sobrevive.
En la isla minuciosa del naufragio lo espera
Alberto Greco, dialogo dimensional, epifanía de la austeridad material, sólo en
el cuerpo la palabra fin, después un frágil y efímero círculo con tiza sobre las
texturas del asfalto o una vereda, sobre la calle también caerán sus cuerpos,
algunas flores parlantes podrán rumiar las letras de sus leyendas milenarias y
únicas. Oh! en el espesor del vacío fuera de la continuidad, es el desvío un viaje de Libertella hacia el libro de Bonino
para la resurrección de Greco.
Y afuera
los hombres seguirán sin ellos abstraídos en su propio límite, es decir no
llegarán demasiado lejos con la flechas del olvido, con la maquinaria de la
correspondencia. Los médicos llegaran con las ambulancias que dice Libertella
asombrados de que Bonino fuera el primer hombre plural y su leyenda el primer
libro sin autor.
La
potencia del derroche en una lapicera Parker de su lector utópico.
La
obra maestra de evitar ser personaje, mito o sujeto, nada que subsista a las
mascaradas domesticadas del yo, en las rugosidades de la lengua perder en el
dni, pasaporte a lo extraño, para ser el extranjero en todas partes, en la
plataforma acaracolada de un no-mito. La ausencia del escritor es en Libertella
el agujero del laberinto, por allí se escapa y se pierde de vista, fina y
sutilmente de sus coordenadas, la jaula se convertirá en profundidad de una
iniciación más secreta, un pasadizo hacia lo inagotable.
El
barco se mueve contra las olas, la tormenta modifica la vertical y la
horizontal en la diagonal de Van Doesburg, el atravesamiento de la homogeneidad
en el uso cerrado hacia las cosas o de las utensillos para desbastar la caverna
y tallar el signo en sus paredes. Una casa habitada por las sombras de un
sujeto transbiografico, invisible pero real.
Evadirse escribiendo del mito del escritor, Libertella
mientras escribe el reiterado libro, logrará una acción contundente de su inteligencia
única en la literatura argentina, una escritura sin escritor, el autor
descompuesto en partículas de aire. Puesta la sangre en el tintero parlotea.
La literatura
ha llegado a su fin con las mismas palabras que arribó a su nacimiento, 27
caracteres combinables y todas las lenguas en Bonino, poseído, robando la
contingencia del devenir del habla, es un misterio que lo atraviesa. La escena
es sagrada emanación de muecas y gestos irrepetibles e imbricadas como los
diagramas de una pulsión delicada. Bonino escribe que piensa un libro en la comunicación con Libertella, se
escriben mutuamente sin escribir, aboliendo cualquier posibilidad de dirección
única hacia la mirada del autor, un vagido o una extensión de fosforencia, de
algo como una vestimenta suplantará los moldes, las formas, las huellas de la
normalidad.
Dialéctica del abismo escribió Vincent a Theo Van Gogh es las líneas
finales de su última carta. Pues bien, mi
trabajo; arriesgo mi vida y mi razón destruida a medias –bueno-pero tú no estas
entre los marchands de hombres, que yo sepa; y puedes tomar partido me parece,
procediendo realmente con humanidad, ¿Qué quieres? Escribió Libertella en El árbol de Saussure que Bonino decía: Los empresarios no me pagaban; entonces yo
dormía gratis en escena y tenía sueños en público.
También dice que le dijo en esta leyenda transfigurada en invención de
una vigilia interrumpida “Si te lo cuento en tu idioma, mi viaje no te dirá
nada”, el libro además es muy bello, un diálogo, una filosofía analfabeta, un
modo hermoso de abandonarse a sí mismo.
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