El pedregal de
los magos
Sobre “En
Rimbaud Tilcara” de Remo Bianchedi
I- Un aire
derramado
En el transcurso indefinido, por el
frío y la melancolía, de los últimos días de invierno leí un libro, En Rimbaud Tilcara del artista Remo
Bianchedi. Un poderoso libro de poemas filosóficos, manifiestos visuales,
escrituras marginales, imágenes alucinatorias, enumeraciones prodigiosas,
laberintos y temporalidades en espiral. El ritmo de sus palabras, la tensión de
sus versos prodigiosos, las anotaciones iluminadas, lograron conmoverme,
recuerdo ahora cuando dice: Estar
presente en la noche cuando palpiten las estrellas o más tarde el oficio de saber producir oxígeno en
proporciones áureas. Fragmentos del libro de Bianchedi que se convierten en
arquitecturas complejas para desandar lugares conocidos: caminar sorprendidos
hacía el pasado de nuestra voz poética, ordenar el arte en cajones espejados o
construir paisajes donde el yo, olvidándose a sí mismo, pueda pasearse.
A medida que se sucedían las
páginas, sentía que la conmoción era enorme. El libro recorría una inmensa
vegetación de ideas, de rincones de la literatura y del pensamiento. Algo
firmemente arraigado en mis creencias comenzó a desgarrarse y más allá del
temblor, caminé sobre el filo del precipicio. La voz del libro me fue llevando,
como el río de Heráclito, a un fluir sin retorno, al fluir de las preguntas que
inundan la conciencia. Las capas, las olas, las crestas, los magmas de la
poesía de Bianchedi apuntaban a niveles y estados superpuestos; él se pregunta,
y le pregunta a los yo que lo habitan, sobre los oráculos del principio. Allí al leerlo y al leer, lo que la poesía
fue dejando en su cuerpo y en sus manos, en su pintura y su vida descubrí, con
evidencia rotunda, que toda lectura es amor. Con las mismas grietas, las mismas
huellas, las mismas condiciones mágicas, todo poeta es siempre un gran amor.
Así En Rimbaud Tilcara Bianchedi reafirma, recuerda y acaricia su amor
inmemorial, en el origen de las imágenes y de la intuición. Iluminado como una
luciérnaga azulada, sobrevuela las yagas encendidas de la noche y el infierno,
los desiertos impenetrables de la lengua de la tierra. Allí donde el cuerpo es
voz y la voz es cuerpo, Bianchedi desciende al infinito en los temblores
indomables de Arthur Rimbaud, Macedonio Fernández, Antonin Artaud, Allen Ginsberg,
Jacobo Fijman y Marcel Duchamp. Ellos están en él y él esta en ellos, no hay
escapatoria, existe la levedad de conocerse y desconocerse para volverse a
adorar. Siempre en el vaivén de una incertidumbre bella, en el conjuro de las
cosas que se repiten y nunca se parecen. En el divino temblor, en la ráfaga,
flotando, al ritmo indómito de lo desconocido.
Desde el diálogo entre Sócrates y
Rimbaud, que inicia el libro de un modo que podríamos llamar Becketiano , hasta
Risas, un gran apartado conformado
por la concatenación de versos, imágenes y reflexiones, subdividido en Mano
de Obra, Pausa y finalmente Conjuros, el libro transcurre como un cántico.
En Rimbaud Tilcara posee la cualidad
de ser una meditación musical, una búsqueda atenta y poderosa de las lecturas
de un hombre que, en la soledad de las sierras, repercute en voces esenciales
difuminándose en alas, en espinas, en piedras.
En el corazón del libro, se instalan
y confluyen íntimamente las ánimas y los hechizos de su ser visual y su ser poético.
Una conjugación de lo inexplicable cuando se torna visible y del azar cuando se
torna necesario. Inventando constelaciones herméticas, los versos duales y
reptantes transcurren girando a su origen. No abstractos, no detenidos, es
prudente para divisarlos detectar una voz, un cuerpo emitiendo, obrando. Dice el
autor:
Escribo con la voz, con la uña, sobre la piel escribo
Delicada manera que encuentro de ocupar el espacio del tiempo.
Convencido Bianchedi se arroja a
lectura, al dibujo y la pintura, ingeniero de su propio abismo lo compone con
la vista única de la mejor perspectiva: la íntima, la interior, la escondida.
Con todo su cuerpo compenetrado,
entregado al deleitoso estado de existir, la geografía aparece y Rimbaud esta
en Tilcara y Bianchedi en Harar y ambos se miran dibujar, escribir y respirar.
En el abismo sólo respirar un aire
derramado por Duchamp, aquí.
En Rimbaud
Tilcara el artista nos abre las
puertas secretas de su biblioteca mental, el destino geométrico de su mirada. Un
destino guiado por las originales elucubraciones
de Duchamp, para quién mirar se convirtió en el único arte posible. Propuso conocer
el mecanismo milagroso, perfecto, de la visión y en la torsión de la mirada y lo mirado,
conocerse a uno mismo y al mundo.
En este sentido Bianchedi admite:
No deseo hacer obra, deseo obrar Obrar en estado de desacato
Obrar como mirar, sin obnubilaciones, en la ribera de su
nebulosa dimensional de n-fluctuaciones.
Mirar y señalar, afuera y adentro, en lo imposible de su desnudez,
una tierra lejana y fértil: Tilcara. Después y ahora, Rimbaud en Bianchedi,
Bianchedi en Rimbaud, el silencio en las voces y las voces en el silencio.
II El teatro de rústicas membranas
Ahora recordemos el inicio del
libro, Sócrates y Rimbaud, el no-filósofo y el no-poeta unidos por una
ocurrencia del tiempo y del espacio, en las coordenadas onduladas de la poesía
de Bianchedi. En ellos, el poeta y
artista, inaugura una región absurda pero posible donde el imaginario de una
poesía encarnada recupera las escamas, en un teatro de rústicas membranas.
Entre las palabras sucedidas puede
trazarse una constelación de piedras, una figura brillante para guiarnos en la
noche, en la helada, en la floración de la nada.
Ahora, Bianchedi abandona los
rostros, sucumbe en las pieles de sus modelos, se evapora a la orilla de una
novia desnuda. Para internarse en el paisaje, nos cuenta María Eugenia Romero
editora de En Rimbaud Tilcara, que el
artista se ocupa en la actualidad de ejercitarse, de estudiar de descifrar
deslumbrado, los artilugios de la naturaleza.
Vive en las sierras de Córdoba, en
Cruz Chica. Alguna vez vivió en la selva amazónica, también en Jujuy, en
Alemania, en Madrid y en Buenos Aires. Recorrió con su pintura los mapas y las
celestes cartografías del sur; la frondosa e impredecible voluptuosidad de lo
impenetrable, el suelo rojo del altiplano andino, las encrestadas pendientes de
la montaña, la gigantesca abertura a la cultura de la ciudad. Viajó por el
viejo el continente, habitado por maestros, el albergue estridente de la
tradición y la historia. Hizo y se deshizo de lo aprendido para apropiarse y
desparramarlo como semilla, como hojas secas en la tierra que habita.
Muchos rostros, ojos, manos se
trazaron y plasmaron en el tiempo y con la lentitud de la finitud poblada,
vuelven con la brisa tranquila. Todo esta aquí latiendo y todo se ha ido para
siempre.
Todos ellos, los presentes, los
ausentes recordados, el poeta, amante, traficante Sonando su herida San Rimbaud del silencio inmortal nos mostraron,
almas puras y malditas, que la muerte es el libro que debe leerse. Tras el
pronunciamiento de las palabras, persisten las campanadas del primer impulso,
la furia, la pasión que condujo, bendita la mano, a rayar un papel. La lengua
sin rumbo a decir, a destripar, punzante la letra, un habla.
La muerte es para el arte otra cosa,
diferente resurrección de lo que subsiste sin fin. Muere el persistidor de
poemas, el pintor que se anima a ser otro y divisar el mundo en el extremo de su
unión, dice Bianchedi, en fosforescencia: Estar
aquí entre la frontera de un estado y otro.
Irse, herirse, destruirse, devenir obrar, obrar deviniendo,
ser artilugio, brote de enredadera, escritor. Estar aquí, ser aquí, entrar al
pensar y saber que, el artista lo que sabe, es morir.
Se han cambiado los órdenes y el
caos nos muestra las figuras de las sombras de la luna:
Atributo celeste de las piedras, higueras encendidas, arroyos
Desbarastados
Hoy continúo dibujando en Cochinoca mientras Rimbaud apoyado en
Una pirca me observa dibujar en el áspero Harar
Aquí y allá, en las direcciones de las estaciones, el poeta y el
pintor intercambiados. Bianchedi y Rimbaud juntos, dolientes y sanados confirman su don.
Abren la ventana y los paisajes se parecen y desaparecen. Alguien los observa, quizás un pájaro, que
confirma sus presencias. Todos los ojos asombrados de tan maravillosas sus
creaciones. El mundo se aproxima en primavera y nuevamente al salir el sol, en el pedregal de los magos, la lengua los necesitara.
Mariana Robles - 2012
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