Enio Iommi:
espacio, política y partículas
En el Museo Caraffa se presenta “El filo del espacio”,
retrospectiva del escultor argentino Enio Iommi. La curaduría, a cargo de María
José Herrera y Elena Olivera nos invita a un recorrido histórico por diferentes
momentos del artista: 1945-1950 “Las
formas inventadas del nuevo arte”; 1950-1976
“La geometría orgánica”; 1977-2001 “Adiós
a una época” y por último 2001-2011 “La llegada del nuevo milenio”.
Al ingresar a la sala, la mirada se desliza por la superficie de
las obras, busca alguna señal y descubre que, antes del espacio perfecto, las estructuras
se derrumbaron. Los ojos anuncian al cuerpo los obstáculos, las distorsiones y
las maravillas del mundo físico circundante. Ya no quedan rastros de una
cartografía previa, ni de la matemática sintonizando las esferas. Sólo la
amenaza de lo imprevisible y de las tinieblas cubriendo, para siempre, las coordenadas
paralelas de una antigua y única representación.
Cada detalle posee nombres antiguos, puedo clasificarlos por su
peso, tamaño y materia. Retazos de vidrios, alambres de púa, metales, maderas,
una lupa, adoquines pintados de rojo y celeste. Los objetos desaparecen al tramar
las relaciones entre ellos, sólo quedan los restos de un simulacro; la maqueta
extraviada de un orden imposible. Al deshacerse de los contornos Iommi inventa,
con los restos de las cosas, sus propias definiciones.
Verificamos zonas de reiteración y obsesión, donde residen las
marcas de una estrategia cognitiva. El espacio habitual ha sido alterado por
las modificaciones fenomenológicas, que el artista imprimió a cada uno de sus ensayos
escultóricos. Él compone invenciones a la medida de su experiencia, la
pertenencia de la corporalidad a un espacio específico. En este sentido, nos
comunica que nuestra percepción como garantía, de todo lo que hay no es sólo suficiente
sino excesiva, a través de ella nos expresamos y conocemos.
Una bomba de tiempo son los ojos, y pueden hacer estallar, en
cualquier momento, en millones de partículas, todas las reglas que a priori se antepusieron al cuerpo.
La escultura de Iommi, más allá de la cronología, se anuncia presente
y contemporánea. El artista, precursor del arte concreto, jamás se resignó a
vivir en un paisaje que lo precediera. Al mundo construido por otros, para que
él lo habitara, decidió destruirlo y sobre sus ruinas construir uno nuevo. La contemporaneidad
reside, en este caso, en la apertura de sentidos remitiendo a una subjetividad
expresiva y creadora. La escultura de Iommi modela un espacio habitado y la propia
corporalidad reconoce su materialidad como instrumento escultórico.
“Regadera vs. el espacio” es un objeto lanzado a la estratosfera,
la gravedad distorsiona las partes de un artefacto metálico y el resultado es
la numerología de la invención: la combinación de lo limitado con lo ilimitado,
lo real con lo irreal.
A diferencia de gran parte del minimalismo norteamericano y en coincidencia
con otros escultores latinoamericanos, por ejemplo Helio Oiticica, la obra
geométrica de Iommi es corporal. Todas sus construcciones espaciales, así lo
destacan las curadoras de la exposición, dan cuenta del arte como pensamiento.
Pero este pensamiento es creativo, no responde de modo sistemático a las leyes
puras de la racionalidad, sino que nos permite ver sus fallas, contradicciones
y rupturas. Es un pensar situado.
Las condiciones de posibilidad de la espacialidad se definen por
la intervención del sujeto en escena, por la acción de los cuerpos en el mundo.
La materia no puede ser reducida a las leyes del espacio, los sentidos no
pueden ser reducidos a los enunciados de la lógica. La característica política
de los artistas latinoamericanos, incluido Iommi, es la capacidad para generar
una ampliación de aquello que entendemos por racional y de lo que incluimos en sus
márgenes. Los artistas nos demuestran que el panóptico depende de las
configuraciones particulares, no de las disposiciones predeterminadas, y su
desaparición de nuestra responsabilidad creativa para proponer órdenes diversos.
Al detenerme frente al autorretrato de Iommi, lo imagino flotando
en el aire, desintegrado en varias partes inconexas condenadas al exilio de su
mente. Su mirada fija en mi rostro me propone diferentes puntos de vista,
variaciones y rotativas sobre las contingencias de las formas. Alternativas
difusas para distraer la homogeneidad y la quietud. Las bifurcaciones, los
desvíos, me movilizan por el entramado de sus obras y al caminar creo atravesar
un laberinto la luna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario