Materia e historia
Interpretar las
formas, Luis Camnitzer y el conceptualismo latinoamericano.
Por
Mariana Robles
…un
acontecimiento microscópico
trastorna el
equilibrio del poder local.
Gilles Deleuze y Félix Guattari
Luis Camnitzer es un artista
uruguayo radicado hace tiempo en New York. En su libro Didáctica de la Liberación. Arte
Conceptualista en Latinoamérica editado en 2008 nos muestra un camino
posible y creativo para pensar la realidad a través del arte, proponiendo situaciones de cruces y
encuentros entre las imágenes, las palabras y el mundo. Su pensamiento,
investigaciones y conocimiento ofrecen al panorama de las artes visuales
latinoamericanas herramientas para admitir nociones de modo contundente, para
darle un contorno concreto a ideas que de otra manera permanecerían en el
espacio cerrado de la conciencia individual.
La importancia del libro consiste en
haber instaurado en el seno de sus páginas una arquitectura pública para la
construcción de una historia detallada de las artes latinoamericanas, dicha
historia no puede ser pensada sin las condiciones políticas que la animaron. En
cada capítulo se ofrecen premisas para una
reflexión aguda y recorridos viables para estructurar el rumbo de las artes
visuales de América Latina, de nuestro entorno cercano. Camnitzer propone la
educación, la praxis y la materia como ejes particulares de toda una tradición
de artistas y obras.
Una tradición que fue abstraída de sus
características coyunturales al ingresar en los anaqueles de la historia o de
lo contrario olvidadas e ignoradas por desestabilizar las fuerzas consolidadas.
El autor afirma que “…en América Latina el arte, la educación, la poesía y la
política convergen, y lo hacen por motivos enraizados en la propia América
Latina.”[1]
También describe los artificios que desalojaron
al arte latinoamericano de los grandes discursos contemporáneos, de esta manera
Camnitzer señala como subsisten aún los antiguos paradigmas de pureza y
coherencia en la historia. La transfiguración de la narración histórica como un
poderoso corpus estético donde las obras de arte apenas asoman y sólo por
momentos para coincidir en lo límites de sus formas con las nociones de una
doxografía monumental, o en el peor de los casos, la realización de producciones
artísticas que se ajustan a modelos racionales de tipo mecánico que les
permitirían ingresar en los eslabones depurados de la historiografía actual.
La escritura de Camnitzer es una
lectura intensa y transparente de nuestra época. En este trayecto explora y se alimenta tanto de la
experiencia como de la formación erudita, encontrando en la diversidad de alternativas muchos
matices a situaciones actuales. La búsqueda sistemática de razones políticas
sobre el opacamiento que sufrieron (o sufren) los artistas que trabajan fuera
de Estados Unidos, es una de las principales directrices del texto. Aunque no
sólo del texto de Camnitzer sino también de muchos de los artistas que en
Latinoamérica llamamos conceptuales. La
historia y la construcción de una ficción que se desenvuelve en la mayor
armonía viable, son puestas al descubierto bajo estrategias de poder que
ofrecen discursos hegemónicos como alternativas reales dudosas. Más o menos es
lo que ocurre con las fechas de inicio del arte conceptual o con otras
afirmaciones provenientes del mainstream
como el fin de la historia del arte. ¿No es acaso, la idea de fin, la máxima
estetización posible que nos ofrece el derrotero de la historia occidental?
Para aceptar el principio o el fin de
una época, debemos aceptar previamente una cosmogonía que implique una
determinada categoría de espacio y tiempo, según sabemos la única cosmogonía
que implica una idea de tiempo fuera de la materia es el cristianismo. El
tiempo mesiánico es lineal, por lo tanto se inicia y se termina en el
transcurso de un trayecto geométricamente cuantificable. Diferentes
concepciones del tiempo, todas ellas ligadas a una idea de universo, a una
cosmovisión que supone ciertas formas religiosas o míticas del paso del hombre
por la tierra dibujan sobre el espacio otras temporalidades.
Otras temporalidades se congregan en
torno a un tiempo cualitativo. El arte ofrece una dimensión de calidad temporal
porque propone situaciones intensas para la vida de los hombres, principalmente
para la vida en comunidad ya que ninguna práctica artística se revela
individualmente. Aquella función administrativa adjudicada a un tiempo que se
desliza a su irrevocable exterminio se pone en suspenso al ingresar en situaciones
emocionales, afectivas o de pensamiento, o probablemente a todo esto junto. La
depuración de la corporalidad como territorio de un tiempo que no puede ser
ideal bajo la circunstancias de la carnalidad extrema, la superficie
irreductible de toda piel y de cada hombre, se aleja del ideal modelo que
reinará y resucitará más allá de este mundo.
En su libro Fuera de Campo. Arte y Literatura Argentinos Después de Duchamp,
Graciela Speranza, afirma “El fin de la pintura se ha vuelto un enunciado
ambivalente a lo largo del siglo, capaz de ser entendido en términos positivos
como vía de acceso a la esencia del medio, su culminación y su verdad, o en
términos negativos, como una conclusión necesaria de una tradición que descubre
su propia finitud”.[2]
Posteriormente agrega una cita de Yves Alain Bois “Pintura: la tarea del
duelo”, “no podría funcionar sin el mito apocalíptico.”[3] Muestra
el enunciado de Bois que la contingencia aparente de ciertas creencias muchas
veces esta ligada a formas metafísicas que perduran bajo la apariencia de su
fin y en realidad ese fin sólo puede afirmarse si se acepta todo el andamiaje
que sostiene esa conclusión.
La unión de arte, política, poesía y
literatura que se presenta tanto en el libro de Speranza como en el de
Camnitzer y también en un tercer volumen, tan relevante como los anteriores, Poesía Concreta Brasileña: Las Vanguardias
en la Encrucijada Modernista de Gonzalo Aguilar. Pone de manifiesto una
cosmovisión general de la vida humana, pero a la vez la del entorno particular
que nos rodea, provee de los matices necesarios para dar cuenta de la cultura
en la que estamos sumergidos. El lugar que habitan nuestros cuerpos, es
probablemente el territorio de una inscripción que se prolonga como sentido de
cada obra de arte. Un objeto cobra valor en tanto puedo comprender mi dimensión
existencial que obtengo por su presencia y mi futura muerte. En definitiva,
como seres políticos lo único que cobra sentido es la muerte de lo vivo y no el
fin de lo inanimado que nunca asomó a la vida. La relación especular que se
mantiene a lo largo de los siglos se invierte con la pintura. Mientras la
pintura estaba “viva” nos hablaba de nuestra propia muerte, mientras “muere” la
constitución finita de lo humano se ve suplantada por la cosa que la desplaza.
El arte latinoamericano como arte
conceptual, es un arte de la deconstrucción, del movimiento y de los
desplazamientos constantes. El conceptualismo latinoamericano se diferencia del
arte conceptual impuesto por el mainstream,
porque se desvía sistemáticamente de todos los conceptos predefinidos y también
por su inevitable cualidad política. Como forma de conocimiento se acerca al
escepticismo antiguo que indaga constantemente sin sostener afirmaciones
validas para toda la realidad. En este sentido, definiríamos como arte
latinoamericano a aquello que no se instala bajo el yugo de ninguna verdad,
sino que se encarna como realidad. Arte como aquello que trabaja para permitir
a los sentidos y a la percepción mostrar las veladuras y los pliegues del mundo
en que vivimos y en esta afirmación de la complejidad de lo real se advierte la
huella de sus coordenadas políticas.
Camnitzer dedica, entre otros, tres
capítulos brillantes a Simón Rodríguez, Los Tupamaros y Tucumán Arde. Cada una de estos eventos vinculados de un modo u otro con el
arte, configuran una aproximación histórica de cómo el arte conceptual
latinoamericano tiene sus raíces en la educación y en su propio devenir social,
político y económico. Simón Rodríguez fue el maestro de Simón Bolívar, una
persona revolucionaria y radicalmente coherente con sus creencias
antiimperialistas. Camnitzer escribió, Luego
de analizar cuál es el orden necesario para una buena lectura, Rodríguez
aplica su hallazgo a la escritura: el escritor tiene que organizar sus páginas
para obtener el mismo resultado –por lo tanto, el arte de escribir necesita del
arte de pintar.[4] Cuando
leí por primera vez los textos de Rodríguez pensé en que habían anticipado y
superado una combinación genial entre Étienne de la Boétie y Stéphane Mallarmé.
Las formas de escritura de Rodríguez disponen el primer antecedente de la
poesía visual y una unión sorprendente entre forma y contenido, entre poesía y
política. Los Tupamaros un grupo de
guerrilleros que actúo en Uruguay en los años ’60 y ‘70 le revelaron a
Camnitzer una serie de estrategias que no podían evadir su atención en tanto
encontraba allí acercamientos a una estética que no sólo disipaba las
concepciones del mainstream sino que
ni siquiera necesitaba considerarlas. Dice Camnitzer que Las operaciones de Los Tupamaros eran concebidas generalmente
como obras de teatro y planeadas como tales. […] en 1963 el grupo llevo a cabo
una primera operación ambiciosa de distribución de alimentos. Los guerrilleros
simularon ser miembros de un comité político de barrio y encargaron un camión
lleno de provisiones a un mayorista.[5]
Estos comentarios me recordaron
escenas de una novela excepcional que leí hace unos días del escritor Mario
Levrero, también uruguayo, La banda del
ciempiés. La banda de Levrero es una especie de agujero en el
espacio-tiempo, una insustancial fuente de sin sentido que promueve acciones
con efectos en la realidad, pero que no podría nunca ser definida por una
cadena de deducciones lógicas, de la causa al efecto. De algún modo la calidad
artística de Los Tupamaros responde a
que sus actos políticos tomaban formas
certeras en la medida en que se disponían con contenidos estéticos, logrando
afectar el entorno de modo lateral, y en tanto estrategia diagonal obtenían
variados y más resultados.
Por
último, Tucumán Arde es la conocida
acción realizada por artistas rosarinos y porteños en el año ’68. Con una serie
de acciones denunciaban la explotación de los capitales extranjeros en las
azucareras tucumanas. Tucumán Arde
fue una acción compleja, con mucha información y minada de efectos poderosos
que la convirtieron en un referente ineludible del arte político
latinoamericano. Camnitzer resalta la complejidad del evento al escribir “Con
la ayuda de sociólogos, economistas, periodistas y fotógrafos, el grupo decidió
comenzar una operación de contrainformación para contrarrestar la publicidad
del gobierno con respecto a Tucumán y revelar las condiciones reales de la
provincia. Los objetivos, de acuerdo a sus declaraciones, eran convertirse en publicistas y activistas de
la lucha social en Tucumán y crear una cultura subversiva paralela para
vencer a la maquinaria cultural oficial.”[6] Una de
las acciones que más me impactaron siempre, las veces que leí documentos o
informes sobre Tucumán Arde, es el
corte de luz que los artistas hicieron en la exposición para recordar que en
ese momento un niño moría en Tucumán. El arte entonces al estar vivo puede
admitir y denunciar que los que siempre mueren son los hombres.
Antes de escribir Didáctica de la Liberación Camnitzer, que además de ser artista
también es curador presentó junto a Jane Farver y Rachel Weiss “Global
Conceptualism: Points of Origin” una
exposición de conceptualismo en New York.
La exhibición tuvo algunas críticas, como la de Robert Morgan, un
conocido crítico americano. Entre las cosas que Camnitzer nos comunica que
Morgan le crítica se encuentra el siguiente razonamiento “…en el peor de los
casos, basado menos en la investigación objetiva que en preocupaciones
ideológicas, el revisionismo declara que la historia existente es falsa, que la
historia anterior debería ser borrada y reemplazada lógicamente por otra
versión de esa historia”.[7] Esto es lo que el crítico interpreta
que Camnitzer esta haciendo con su exposición de conceptualismo. Sin embargo,
resulta muy llamativa la pretendida objetividad de Morgan. Si esto fuera
posible él mismo debería posibilitarnos fuentes para una historia objetiva,
cosa que no podemos garantizar ni siquiera con sus propios textos. En el año
2000, el crítico americano propició una serie de conferencias en el Centro
Cultural Rojas, como resultado de estos seminarios se editó un libro que se
llama Duchamp & los Artistas
Contemporáneos Posmodernos. Morgan ofrece una versión de la historia que no
incluye un sólo artista latinoamericano, y además bajo el rótulo de El arte fuera de la corriente hegemónica
reúne artistas como Cindy Sherman, Jeff Koons, Nancy Spero y otros.[8] También
una operación llamativa es la interpretación de Marcel Duchamp como artista
fundacional de ciertas formas de pensar el arte, son muy discutibles aquellas
posiciones teóricas que intentarían encasillar a Duchamp bajo algún estilo.
Por el contrario, la ramificación de
causas y la complejidad de hechos que nos propone Camnitzer no nos permiten
solidificar un antecedente con tanta claridad, en realidad la configuración de
un punto de vista tan positivista pone en evidencia las manipulaciones teóricas
del discurso histórico. Por el contrario, el autor de Didáctica de la Liberación rescata las diferentes concepciones de
espacio y tiempo señalando que en definitiva es allí donde la política
comienza, a partir de estas configuraciones originarias podrían pensarse las
diferentes realidades y las particularidades materiales de cualquier presente.
Un recorrido histórico puede
concebirse como una combinación creativa y política sujeta a rugosidades o
desordenes con respecto al modelo lineal, un ejemplo podría ser la genealogía que
propone Camnitzer, desde el movimiento Dada,
continúa con el Situacionismo más tarde con los Tupamaros y finalmente con el Conceptualismo.[9] Este
desarrollo es el que atraviesa su libro, profundizando y mostrando los
diferentes matices de una tradición de arte político compleja, vital y aún
presente. A lo largo de su trabajo nos muestra, desde otras perspectivas como aquellos
acontecimientos que parecían presentarse necesarios se refractan a través de
las torsiones de una verdad instalada o precaria, dice en Didáctica de la Liberación, “…una historia del arte global, una
matriz narrativa unificada guiando esa historia, deja de ser absoluta y
estática. […] uno empieza a sospechar de relaciones simplistas de causa y
efecto.”[10]
En este sentido, uno de los puntos más
importantes que señala Camnitzer, citando a Mari Carmen Ramírez, dice, “el conceptualismo latinoamericano
incluye cualidades sensoriales normalmente prohibidas en el canon
conceptualista de los centros culturales de América del Norte y Europa.”[11] Efectivamente, ciertas pulsiones corporales se
detienen bajo las normas perceptuales que restringen el abanico sensorial al
que ha sido acotado el arte conceptual. Cualquier obra de arte latinoamericano
sugiere fisuras materiales irreductibles o intransferibles a un sistema de
ideas puras. En esta misma dirección Camnitzer resalta el valor de la desmaterialización[12]
como tópico inmanente a las obras de arte conceptual. En definitiva, el eje
posmoderno enraizado en la crítica de
una racionalidad acotada y sectaria, no se encuentra manifestado en los modelos
de las corrientes que se denominan paradójicamente a sí mismas posmodernas.
En las consideraciones de lo
latinoamericano no sólo se definen las características de un espacio físico,
sino que principalmente se dispone la presencia de lo vital como escenario
primordial para la creación, la vida como escena de lo artistico y no un
destino improbable en las regiones de una historia predeterminada por nociones
racionales. Sin embargo, las rugosidades de la materia ofrecen una estructura
coyuntural de las diferencias que determinan en muchos casos el lenguaje de la
única voz capaz de ser emitida con la fuerza de una verdad: lo particular.
Lo político en este contexto se
asume como la búsqueda desinteresada de un conocimiento de la realidad
dispuesto sobre la corporalidad de sujetos destinados a vivir en condiciones
coherentes con su propia historia y no por la Historia.
[1] Luis Camnitzer. Didáctica de
la Liberación. Arte Conceptualista Latinoamericano, p. 57
[2] Graciela Speranza. Fuera de
Campo. Arte y Literatura Argentinos después
de Duchamp, p. 328
[3] Ídem, p. 329
[4] Didáctica de la Liberación.
Arte Conceptualista Latinoamericano, p. 60
[5] Ídem, p. 71 y 72
[6] Ídem, p. 89
[7] Ídem, p. 18
[8] Robert Morgan. Duchamp &
los Artistas Contemporáneos Posmodernos, p. 83
[9] Didáctica de la Liberación.
Arte Conceptualista Latinoamericano, p. 15
[10] Ídem, p. 16
[11] Ídem, p. 17
[12] Ídem, p. 18
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